Ricos, pobres y famosos
Hurgar en la vida privada de grandes personajes históricos es actualmente un divertimento de notorio éxito. Literatos e historiadores se disputan ese terreno, con la esperanza de alcanzar las listas de superventas. Ahora se han hecho públicos los datos de las herencias que dejaron a su muerte personalidades muy notorias al conocerse el Calendario nacional de sucesiones de Inglaterra y Gales, una base de datos disponible en línea a través de la web (de pago) Ancestry.co.uk, que contiene testamentos de entre los años 1861 y 1941.
Así sabemos, por ejemplo, que el gran teórico del comunismo, Karl Marx, murió sin grandes fondos: su hija pequeña Eleanor recibió apenas 250 libras (unos 28.000 euros de hoy). El gran científico y padre del evolucionismo, Charles Darwin, murió con el riñón mejor cubierto: más de 15 millones de euros dejó a sus descendientes. También dejaron buen dinero Charles Dickens (ocho millones de euros) o Arthur Conan Doyle (casi cuatro millones) o, más modesto, el autor de Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll, que legó una herencia de más de medio millón de euros.
Los datos deberían servir para abrir la puerta a los curiosos: ¿por qué unos fueron ricos y otros menos? ¿Tuvo en vida más éxito con sus escritos el paciente y racional Darwin que el ingenioso y espiritista Conan Doyle? No estaría de más que esta pequeña noticia sirviera para que esa curiosidad llevara a muchos lectores ocasionales a conocer la vida -y sobre todo la obra- de todos ellos.
Así podrían valorar justamente, por ejemplo, el gran mérito de las libras ganadas por Charles Dickens con sus obras, tras una infancia y juventud llena de dificultades, las mayores facilidades del pudiente granjero Darwin o las grandes estrecheces de un Marx que tuvo que aceptar el soporte económico de Engels mientras veía cómo sus primeros hijos morían sin pasar de la infancia. Sería el mejor homenaje a todos ellos.
Ver esos viejos papeles también reserva alguna sorpresa, dado el muy británico sentido del humor. Gracias a ellos podemos saber, por ejemplo, la causa de la muerte de grandes hombres, Benjamin Guggenheim o John Astor, que viajaban en el Titanic. El encargado del registro fue muy meticuloso: "Desaparecidos en el mar".
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