_
_
_
_
Reportaje:Próxima estación

Chapitas, vitolas y sellos

En la plaza Reial, a tiro de piedra de la estación de Liceu, los domingos se citan los coleccionistas

En mis años mozos había una artesanía muy extendida y veraniega en la que participaba toda la familia. Consistía en guardar cuidadosamente las chapas de cerveza, de champaña y de refrescos, hacerles un par de agujeritos y ensartarlas en un hilo. Cuando ya se disponía del suficiente número de tiras se clavaban a un listón y se obtenía una cortina de tapones metálicos, muy colorida y sonora, que -según decía la voz popular- ahuyentaba a las moscas. Los tiempos han cambiado, apenas quedan moscas y las placas de cava se han convertido en una afición que cuenta con muchos coleccionistas. Basta darse una vuelta por el mercadillo de la plaza Reial de Barcelona, a tiro de piedra de la estación de Liceu de la línea 3, para comprobar el auge que ha tomado este pasatiempo. Los domingos por la mañana este espacio tan nocturno y canalla se transforma. Un colectivo de gente a la que no imaginarías aquí se desliza de puesto en puesto, buscando aquel sello, aquella moneda o postal que falta en su colección. Mucha gente mayor, niños con sus padres y vendedores de mirada avezada, sorteando a los habitantes habituales de la plaza, ajenos a este mercadeo de pequeños objetos recién rescatados del cajón de la cómoda o de la caja de galletas que -al morir la abuela- reveló sus secretos.

En 1920 nació el mercadillo de coleccionistas, uno de los más antiguos de Europa
En estos puestos se han visto sellos de gran valor, aunque cada vez es más difícil hallar piezas raras

Los antecedentes de este lugar se remontan a las últimas décadas del siglo XIX. Con la aparición del sello de correos aparecen también los primeros filatélicos, que en Barcelona encuentran un buen lugar para instalarse. Dicen que el primer buscador de timbres de colección fue un zapatero de la calle de Montcada, que comenzó a dejarse ver por las inmediaciones del mercado de libros de Sant Antoni. En aquellos años estaba prohibida la venta, así que los aficionados iban con sus álbumes a intercambiar piezas como hacen los niños con los cromos a la hora del recreo.

Allí también apareció otra afición muy barcelonesa, la de las vitolas de puros, que muchos fabricantes de habanos convirtieron en pura filigrana y cuyas mejores colecciones se encuentran en Barcelona. Esto fue así hasta el año 1920, cuando el volumen de apasionados por este tipo de pequeñeces les obligó a independizarse y a buscar un lugar propio para sus transacciones. De esta manera nacía el mercadillo de la plaza Reial, que es uno de los más antiguos de Europa.

En estos puestos se han visto sellos de gran valor, aunque cada vez resulta más difícil encontrar piezas raras que no hayan sido localizadas antes por las casas del ramo. Unas décadas atrás, aparte de los vendedores oficiales, aquí se arracimaba una multitud de advenedizos que, sentados en un banco o en el suelo, con una maleta en las rodillas o directamente sobre una hoja de periódico, ofrecían sus magros productos al buscador de gangas. Recuerdo haber estado con mi padre, cuando los marineros de naciones lejanas aprovechaban para sacarle un beneficio a la calderilla de sus bolsillos. De aquellas expediciones aún conservo un par de monedas del Tíbet independiente, algunas piezas africanas de cobre y un duro de plata del que una señora muy mayor se vio obligada a deshacerse para seguir tirando. Eran otros tiempos y los niños -aún sin Internet- descubríamos el universo con aquellas chucherías. Observar a través de la lupa un céntimo de un país remoto equivalía a tener entre las manos un pedazo de mundo.

Ahora ya no hay tanto público y la oferta se ha diversificado. Como unos encantes en miniatura, la mayoría de los aparadores muestran un batiburrillo de figuritas, llaveros, medallas, libritos de papel de fumar, calendarios, naipes, cartas antiguas y tarjetas de telefonía; a veces todo mezclado en las típicas cajitas de cartón a precio único. Un surtido de menudencias sin valor aparente, ahora literalmente rodeadas por terrazas en las que los turistas ya están almorzando a las doce de la mañana.

Como encantes en miniatura, los aparadores muestran un batiburrillo de figuritas.
Como encantes en miniatura, los aparadores muestran un batiburrillo de figuritas.CARMEN SECANELLA

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_