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La Sala Dorada castiza

Algunos melómanos esperaron durante horas para ver a Daniel Barenboim y su "orquesta del diálogo" en la séptima cita con el público madrileño

La plaza Mayor al atardecer se convierte en una sala de conciertos perfectamente delimitada. Es la versión castiza de la Sala Dorada del Musikverein de Viena, donde año tras año se celebran los conciertos de Año Nuevo de la Filarmónica vienesa. No hay lámparas de cristal, pero las farolas fernandinas de la plaza son dignos candelabros para el gentío que espera ansioso las primeras notas de la Sexta Sinfonía de Beethoven.

Algunos, como Loli, llevan desde la una de la tarde haciendo cola con tal de ver a Barenboim, pero ha merecido la pena: será la primera en entrar. Ha venido a todos los conciertos desde que hace siete años el director levantara por primera vez la batuta en la plaza Mayor. Para ella, el concierto ya tradicional de la orquesta del West-Eastern Divan es una cita ineludible. "Nos gusta Beethoven, nos gusta Barenboim y nos gusta la orquesta. ¡Nos gusta la música clásica!", sentencia eufórica. A pocos metros de ella, un grupo de veinteañeros espera para entrar sentados en los recalentados adoquines jugando a las cartas.

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La fiesta culta

Otro que lleva horas en la cola es Ariel, un bonaerense que se declara fan de Barenboim. Ha llegado a seguirlo allá donde iba, aunque confiesa que su concierto favorito fue hace unos años "cuando tocaba tangos". Aparte de melómano, Ariel vive de la música: afirma que ha dado varios conciertos con la Asociación Lírica Madrileña, pero no por eso se limita a valorar la parte musical del proyecto de Barenboim, sino que cree que su modelo de "orquesta de diálogo" debe ser tomado como "ejemplo por parte de otros directores como Muti o Abbado".

En el barómetro de una de las torres de la plaza la aguja indica "buen tiempo". Nadie lo duda. Los que no se cobijan bajo los soportales aguantan al sol con un improvisado gorro. Uno de los que sufre el calor es Antonio, un treintañero que ha llegado pasadas las seis directamente de la oficina para coger un buen sitio. "Lo único que pido esta noche es que la gente no empiece a aplaudir en los silencios", explica.

Las colas para acceder al recinto empiezan a moverse a las 19.30, pero parecen no tener fin. Bajan y suben por las bocacalles de la plaza y ocupan los soportales. A las 20.00 ya están ocupadas las 3.500 localidades de la plaza Mayor.

La emoción comienza en la plaza mucho antes de que dé comienzo el concierto. Barenboim decide hacer un último ensayo en el escenario y los músicos de la orquesta del West-Eastern Divan salen a medio arreglar, algunos de ellos en pantalón corto, para hacer las pruebas de sonido y tocar en pianísimo el inicio de los distintos movimientos de las dos sinfonías que componen el programa. El sonido es perfecto, la acústica de la plaza, imponente. "Poder ver este concierto aquí tiene su duende, con la brisa del verano dándote en la cara", explica Margaret, una inglesa nacionalizada española con un largo traje negro. La última vez que vio a Barenboim estaba en los jardines del palacio imperial de Schönbrunn, en Viena.

La plaza Mayor de la capital en un momento del concierto de Daniel Barenboim.
La plaza Mayor de la capital en un momento del concierto de Daniel Barenboim.SANTI BURGOS

santi burgos Vibrante 'Séptima' de Barenboim en la séptima cita

Miles de personas abarrotaron todo el perímetro de la plaza Mayor para observar y escuchar a la orquesta West-Eastern Divan de Daniel Barenboim, que regresó por séptimo año consecutivo a Madrid. Las colas comenzaron desde primera hora de la tarde. El recital, que se centró en Beethoven, arrancó de forma contemplativa, transmitiendo una sensación de paz. La fiesta vino después, con una Séptima enérgica y vibrante que culminó en un final trepidante en el que convivían la fuerza y el virtuosismo. Página 8

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