Un mal negocio
Con la expulsión de Fini, Berlusconi perjudica a su Gobierno y su propio liderazgo personal
Con la expulsión de Gianfranco Fini del partido Pueblo de la Libertad (PDL) que formó junto a Silvio Berlusconi hace tan solo 16 meses, la política italiana vuelve al socorrido escenario de mayorías precarias e inestabilidad gubernamental, algo poco aconsejable en situaciones de convulsión económica. Pero lo verdaderamente extraordinario de la ruptura entre los dos líderes de la derecha es que haya sido buscada por el principal de ellos, el primer ministro Berlusconi, justo cuando Fini le ofrecía una mano tendida.
Cierto que Il Cavaliere tenía motivos de disgusto por las continuas críticas de su socio, formuladas desde una visión liberal tan alejada de sus orígenes posfascistas, y que le acreditan como "la parte honesta" de la derecha, como se ha autodefinido Fini al asegurar que continuará en la presidencia de la Cámara, contra la presión de Berlusconi. Estas críticas han erosionado la continua apelación a los decretos y mociones de confianza en detrimento de la labor legislativa estándar. Esas mismas críticas han suavizado las pretensiones de instaurar un estado permanente de censura mediante la ley mordaza que restringe la libertad de información, han denostado las relaciones de dirigentes con actividades corruptas (con núcleos mafiosos y con la red clandestina P3 orquestada para sojuzgar a lo que queda de una justicia independiente) y han puesto de relieve la escasa moralidad de los procedimientos empleados por el jefe del Ejecutivo.
Se comprende que un hombre propenso a las reacciones populistas y autoritarias como el líder del PDL se mostrase incómodo, declarase no estar "ya dispuesto a aceptar el disenso" y expulsase a su díscolo acólito sin poder ejercer el derecho a ser oído. Pero con esta expulsión, Il Cavaliere se ha autoinflingido un importante doble daño, cuyas consecuencias resultan incalculables. En lo inmediato, su Gobierno va a perder la capacidad de maniobra para imponer sus proyectos legislativos sin necesidad de negociarlos. Más grave aún, su incapacidad para resolver las discrepancias sin ruptura quiebra el esquema profundo en el que basó su liderazgo, el del hombre providencial y carismático capaz de imponerse a partidos y facciones e imponerles obediencia. Mella también su habitual táctica de imputar todos los males de la República a presuntas conspiraciones comunistas e izquierdistas. En suma, un mal negocio.
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