Calvario afgano
Los papeles filtrados confirman el doble juego de Pakistán y la preocupante deriva de la guerra
La filtración de varias decenas de miles de documentos del Pentágono sobre la guerra de Afganistán supone un nuevo contratiempo para la estrategia de Barack Obama en aquel país. No porque los documentos contengan inesperadas revelaciones, sino porque confirman lo que era mucho más que una sospecha: la ambigüedad de Pakistán en la lucha contra los talibanes. Aunque el material divulgado se refiere básicamente a hechos acaecidos durante el mandato de George Bush, su contenido muestra el flanco más débil de la opción militar de Obama, quien apostó por una mayor implicación de Islamabad. Pero, como corroboran los documentos, ello no significa que la totalidad del aparato estatal paquistaní esté a favor de reforzar esta alianza. Sectores del Ejército y de los servicios secretos disponen de una estrategia propia, basada en un difícil equilibrio entre Washington y los talibanes. Si se confirma la autenticidad de los testimonios más comprometedores, más que de equilibrio habría que hablar de complicidad.
Los talibanes aprendieron en su enfrentamiento con la Unión Soviética que un grupo insurgente tiene bastante con no perder la guerra para obtener una victoria, mientras que un Ejército regular está obligado a ganarla para no cosechar una derrota. De ahí que el papel de Pakistán resulte determinante para no prolongar una situación de tablas permanentes que afianza a los talibanes en la misma proporción que debilita a EE UU. Un país que dudaba de la viabilidad y del sentido de la misión en Afganistán ha encontrado en los documentos filtrados un argumento adicional para reafirmarse en su escepticismo. Y, sin embargo, los errores pasados no deberían servir para cometer el definitivo: un abandono improvisado que no intente al menos mitigar las consecuencias.
Los papeles de Afganistán filtrados por la web Wikileaks confirman, además, la existencia de un número mayor de bajas civiles que el reconocido por las fuerzas estadounidenses. Aparte de las responsabilidades que tendrían que depurarse, por más que nadie parezca dispuesto a pedir cuentas a un aliado, las cifras demuestran que "ganar los corazones" de los afganos es un empeño inútil para un Ejército en misión de guerra. Obama ha señalado el próximo año como fecha límite para iniciar la retirada. Salvo imprevistos, la filtración no alterará estos planes. Pero da cuenta del calvario que queda por vivir.
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