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DON DE GENTES | OPINIÓN
Columna
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A callarse

Hay dos tipos de artículos a los que se aferra el columnista cuando no tiene nada que decir: uno de invierno y otro de verano. En el de invierno habla de su gripe, de lo difícil que es discurrir con las vías respiratorias llenas de mucosidad. En el verano el columnista, agotado de tanto columnerío, escribe un artículo diciendo que se va a la playa durante un mes y comunica a sus lectores que va a aprovechar para desconectar. En fin, que el columnista a veces dice lo que dice cualquiera, usted mismo, cuando espera su turno en una tienda o en un ascensor y se ve obligado a sacar un tema trillado para romper el molesto silencio. La única diferencia es que al columnista le pagan hasta por decir que tiene mocos o que se va a tomar unas merecidas vacaciones y a usted no. Se siente. En mi opinión, la columnista debe descansar. Ha pasado un curso metiéndose en líos, sobre todo cuando ha escrito de política, porque los políticos de este país, tan particulares ellos, no se conforman con tener una presencia excesiva, sino que se cabrean si se les critica, y a veces tienen tan poca clase que hasta te contestan, que es lo último que debe hacer un político en su sano juicio. A la columnista no le interesa tanto la política como podría parecer. Para nada. O le interesa de aquella manera. La columnista, que casi nunca sabe en qué día vive, va, por ejemplo, el día del debate de la nación a un restaurante próximo al Congreso y se encuentra con que dicho restaurante está hasta la bandera de políticos. A la columnista lo que en realidad le gustaría contar no es lo que ya cuentan los analistas (Estatuto, recortes, intención de voto, etcétera) sino describir esa sensación que tiene cada vez que saluda a un político. En un primer momento, el político dice, te leo, o sea, tiene como un intento de integrarse en la vida civil, pero luego el político, sabedor del poder que ostenta, acostumbrado a que siempre haya un ciudadano dispuesto a prestarle oídos, te da una charla sobre el tema más peregrino, lo desarrolla, lo agota. Y la columnista, que nació con cara de escuchar, se pregunta si algún día reunirá el suficiente valor como para decir, "oiga, buen hombre (o buena mujer), ¿a usted la vida de los demás es que no le interesa nada?, ¿usted jamás tiene curiosidad por la vida de los otros?". No, no se atreve, pero lo piensa en su misma cara, maldita sea. La columnista vive el curso escolar escuchando y mirando para después escribirlo. Tiene por costumbre llevar los ojos abiertos al mundo. Mira tan fijamente que algunas personas dicen que intimida. Cuenta mucho de lo que ve. Pero calla muchísimo también. La columnista está hecha de lo que cuenta y de lo que omite. Ha pensado comenzar este verano un diario de crónicas secretas que publicará cuando ya no importe. Ahora, nuestra columnista tiene un mes de vacaciones. No escribir es maravilloso. Lo mejor de escribir es el día que tienes excusa para no hacerlo. O ese momento en el que acabas de trabajar. Pero como el trastorno mental es inherente a este oficio, cuando la columnista no escribe sufre de un vacío monumental. Siente que mirar el mundo pierde un poco su sentido, y es capaz de pasar un mes de agosto feliz por un lado por no escribir pero escribiendo mentalmente futuras columnas. Columnas para el Domingo y esas otras columnas que se calla, como nos callamos todos en la vida, por no liarla. La columnista asistirá a conciertos (es lo mejor del verano), hablará de lectura con quien a su lado va, buscará bares donde haya buenas croquetas, ese Santo Grial de la tapa española, beberá cañas y cócteles, paseará durante horas con sus sandalias masai y tal vez aparezca en las crónicas de otros como espectadora de un evento, como apareció esta semana en la pieza que Fernando Neira escribió sobre el concierto de Caetano Veloso. Si fuera crítico musical habría dicho que, aún dando por hecho que Veloso tiene una de las voces más envolventes de la música brasileña, a ella le faltó bossa nova y le sobró psicodelia y rock. Si fuera crítico diría que un artista sesentón como Caetano no debiera empeñarse en parecer joven porque su voz lo es y lo será siempre. Si fuera crítico le hubiera reprochado que no creara un ambiente más íntimo, pero tal vez es que a esta columnista (que soy yo) le gusta lo puro, lo simple, el hombre con su voz y su guitarra, con esa sofisticada sencillez que posee a veces la música de Brasil. Si fuera crítico habría escrito que nuestro hombre tenía más swing cuando se limitaba a mover esos brazos suyos tan largos y elegantes que cuando se desparramaba por el escenario practicando un baile que no se llegaba a entender. Pero ella no es crítico. Es cronicastra y diría que, aunque iba con la esperanza de soltar alguna lágrima de emoción, se sintió feliz, porque estaba ahí, delante de un gran músico, rodeada de amigos, observando de reojo a una María Pujalte que tembló al saludar al músico que lleva admirando desde niña. La felicidad simple de una brisa sensual que aliviaba la sequedad mesetaria y ponía los cuerpos a punto de algo. Esta cronicastra se calla por un mes, pero eso no quiere decir que abandone su oficio. No sabe desconectar. Está tan loca que irá por la calle rumiando todas esas crónicas que jamás serán escritas.

Los políticos de este país se cabrean si se les critica y, a veces, tienen tan poca clase que hasta te contestan
Si fuera crítico musical, habría dicho que a Caetano Veloso le faltó 'bossa nova' y le sobró psicodelia y rock
Caetano Veloso, durante su concierto en Madrid el 21 de julio de 2010.
Caetano Veloso, durante su concierto en Madrid el 21 de julio de 2010.Cristóbal Manuel

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