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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Respuesta a Aitor Carr

Una de las normas académicas más elementales es tratar de entender correctamente lo que nuestro antagonista dice antes de precipitarnos a contradecirle y a imputarle intenciones ocultas desde una autoadjudicada superior perspicacia. Aitor Carr no ha entendido en absoluto mi artículo La tercera España (EL PAÍS, 18 de julio). Si el señor Carr relee mi texto ateniéndose a lo que realmente este dice y no a lo que a él le parece que oblicuamente podría estar diciendo, podrá comprobar, imagino que ahora con justificada estupefacción, que en ningún momento digo o insinúo lo que él tan erróneamente me imputa. Tengo muy claro que la Guerra Civil solo tuvo un culpable: el levantamiento militar, apoyado inmediatamente por los distintos grupos fascistas o fascistoides del momento, minoritarios pero muy activos y que cometieron atrocidades.

La República era, sin la menor duda, el régimen legítimo, con el que se identificaba la inmensa mayoría de la población. Pero, en palabras de Montesquieu, podemos sentir la obligación de dar la vida por nuestra patria o nuestros ideales, pero nunca la de mentir por ellos. Y pretender -por mucho que simpaticemos con la Segunda República (y yo lo hago)- que en el lado de lo que Aitor Carr define como "izquierda antifascista" no hubo errores, deslealtades y, finalmente atrocidades, es incurrir en falsedad y de paso dar pie a patrañas interpretativas como las de esos dos autores que él menciona (y con los que se atreve alegremente a asociarme quizá como modo de descalificarme a falta de mejores argumentos, y con los que, puedo asegurarle, no coincido en nada). El señor Carr debe añadir, como intelectual que es, algo más de complejidad a su visión de la Guerra Civil y recordar que, en el bando de los buenos (y utilizo esta terminología solo para que no le quede ya la menor duda sobre mis propias ideas) hubo también grupos de malos que se dedicaron a tratar de exterminarse mutuamente casi tanto como a combatir al bando franquista-fascista.

Pero, en fin, todo esto constituía solo el contexto, aludido de pasada, de mi papel cuyo sencillo objetivo era presentar unos concretos (y en mi opinión interesantes) datos de encuesta. Y en este punto no tengo más remedio que decir al señor Carr, con la autoridad y solvencia que puedan conferirme mis 30 años como catedrático de Sociología y mis más de 30 como analista de estudios de opinión, que las conclusiones que propongo son, obviamente, discutibles (¡faltaría más!) pero dudo que en mucho mayor grado de lo que podría serlo cualquier otra interpretación alternativa de los mismos.

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