Celos y Nuevo Laborismo
Qué gran marcha fúnebre para las últimas exequias del Nuevo Laborismo. Qué pocas veces unas memorias retratan con tanta precisión las cloacas de la política. Peter Mandelson, Príncipe de las Tinieblas, el tercer hombre del Nuevo Laborismo junto a Tony Blair y Gordon Brown, como él mismo se retrata en el título del libro, conoce bien esas cloacas. Le ha gustado siempre moverse en la sombra, asesorar, aconsejar. Por gusto, sí, pero también por resignación: cuando ha estado en primera fila ha acabado pronto o mal. Dos veces tuvo que dejar el Gobierno británico, abandonó la Comisión Europea en cuanto pudo volver al Gabinete por tercera vez... hasta que los votantes le echaron a él y al Nuevo Laborismo.
No hacía falta leer estas memorias para saber del odio que Brown sentía por Blair desde que este, en 1994, le ganó sin una gota de sudor la carrera por el liderazgo laborista. Sabíamos también del desprecio que Blair acabó sintiendo por Brown, un hombre de poderoso intelecto pero terribles inseguridades personales. Ahora sabemos además que Blair tenía a Brown por "loco, malo, peligroso y sin remedio".
Como en todas buenas memorias, la figura central es el propio autor. En este caso, Mandelson comparte escenario con Blair y con Brown, pero él está siempre presente. No solo por lo que cuenta o cómo lo cuenta, sino porque leyendo El tercer hombre es fácil imaginarse al autor disfrutando, distribuyendo pequeñas o grandes dosis de veneno aquí y allá. Entre líneas se puede ver al barón Mandelson en la penumbra, iluminado apenas por una candela mientras le roba horas al sueño para poner negro sobre blanco todos los agravios acumulados.
Si algo enseña este libro es el peso de las relaciones humanas en la vida cotidiana. El Nuevo Laborismo supo regenerar la socialdemocracia y crear una corriente de ilusión que trascendió las fronteras políticas de Reino Unido. Su destino quedó marcado por asuntos tan ajenos a sus principios ideológicos como la guerra de Irak. Pero, al final, quizás lo que más contribuyó a destruirlo fueron las debilidades personales de sus protagonistas. Los celos, los celos; motor de la historia.
