Esencialidad de Fokin
Es siempre edificante acercarse a la literatura coreográfica de Mijail Fokin (San Petersburgo, 1880-Nueva York, 1942), tanto como a sus escritos. En sus memorias y en sus cuadernos de trabajo insistió mucho en el deber ético del coreógrafo de generar nuevas formas que pusieran en juego la tradición con el arte nuevo. Balanchine también, quizás su heredero principal en la columna fundacional de lo mejor del siglo XX y del ballet moderno universal, reconocía que Fokin sentó bases de cambio e interpretación de la tradición que se prolongan hasta el infinito. Es así que el repertorio que nos legó Fokin se ve ya como un clásico en toda regla, pero con los resortes estéticos de su filosofía del trabajo.
CHOPINIANA Y SCHEREDZADE
Ballet Imperial Ruso. Coreografías: Mijail Fokin; música: Rimski-Korsakov y Chopin; escenografía y vestuario: León Bakst. Bolero: Ravel/Androsov. Teatro Compac Gran Vía. Hasta el 1 de agosto.
La reconstrucción escenográfica es de lo mejor de esta producción
Scheredzade (1910) y Las sílfides (1909, nombre definitivo de Chopiniana, como se conoce y se representa fuera del ámbito ruso) son muy diferentes entre sí, muestran la versatilidad de Fokin y cómo apuntaba en varias direcciones a la vez, entendía el ballet en un sentido prismático, velando porque una cosa eran los estilos y otra las tendencias estéticas. Los dos ballets son puestos en escena por la compañía rusa con plantilla reducida. Esto los perjudica, aunque es reconocible la materia de autor. En Scheredzade hay más libertades poco explicables: la impostación del eunuco, por ejemplo, la vulneración de algunas pantomimas. Nariman Bekzhanov es un Esclavo Dorado potente y resuelto tanto en la técnica como en la intención y Anna Pashkova hizo una Zobeida envolvente e intensa. La reconstrucción escenográfica de Anastasia Makrchan es de lo mejor de esta producción, pues estudia el cromatismo original, los fugados de los telones pintados y el ambiente orientalista a la manera de la pintura europea de la época, lo que Bakst magistralmente trasladó a la fantasía escénica y que se capta y reproduce ahora muy bien.
En Chopiniana destacó la bailarina que se encargó del pas de deux y de la segunda mazurca. Ella fue lo mejor de la noche, delineada, de dibujo gentil y una musicalidad encantadora, pero su nombre no estaba en el papel impreso (vimos que era rubia y su peinado, el único que respondía al correcto).
Los diseños ciertamente conservadores de Vladimir Arefiev se atienen a la tradición de Benois y dan esa atmósfera que quería Fokin, donde el romanticismo balletístico es una cita culterana y no un fin. Pensemos que Fokin acuñó el término neorromanticismo para cifrar esta obra, que él mismo retocó y pulió hasta poco antes de morir, consciente acaso de que tenía entre manos una obra maestra y eterna, su primer gran ballet abstracto y que tiene continuidad relativa en Eros, hoy lamentablemente olvidado.
El programa se completa con Bolero en una versión que creara Nikolai Androsov para Maia Plisetskaia y Gediminas Tarandá. Naturalmente, eran otros tiempos y era otra cosa verlos a ellos, con sus personalidades, su impronta y sentido teatral.
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