'Reggae' tenue con remite senegalés
Youssou N'Dour alborota con los ritmos de su país a 1.500 fieles
Hubo un tiempo en que la Eurocopa era una competición que disputaban 16 selecciones y concluía con la victoria del equipo alemán. Desde que el Niño Torres se encargó de arruinar tan inveterada costumbre hemos tenido que buscar otros axiomas a los que aferrarnos. He aquí uno: los Veranos de la Villa son una programación musical del Ayuntamiento de Madrid en la que participan Youssou N'Dour y otros treinta y tantos artistas más. Una tradición entrañable, a falta de nuevos vicentesdelbosque que decidan la alineación. Aunque quizás tampoco merezca la pena exprimirse los sesos: más de 1.500 personas volvieron a saludar anoche, alborozados, al gran maestro senegalés.
Conste que N'Dour es de los intérpretes más colosales del continente africano. ¿Cómo dudarlo? Y que en esta ocasión había un buen argumento para echarle el lazo: la reciente edición de Dakar-Kingston, su sorprendente acercamiento al reggae jamaicano; un ritmo casi, casi tan adictivo como el mbalax senegalés. Las ganas de comer y las fauces hambrientas. Y la permanente sensación de que a este hombre recién incorporado a la cincuentena sigue sin abandonarle la buena estrella, el olfato, la sabiduría.
El hombre con la voz de plata líquida -en inmejorable definición de Peter Gabriel- no tiene la puntualidad entre sus mayores virtudes. 35 minutos demoró la entrada en servicio de su maquinaria, pero la hizo entrar en ebullición con tantos efectivos como si sobre el escenario se desplegara no una banda de afro-pop, sino un coro ruso. 15 músicos y dos bailarines respaldan a N'Dour para que el oyente se sienta apabullado desde el primer minuto.
La incursión jamaicana sirve como hilo argumental durante la primera mitad del concierto, con un N'Dour jovial, grácil, saltarín e integrador hasta en la vestimenta: pantalones tejanos y camisón tradicional. Temas como Bamba, Marley y, sobre todo, Medina, constituyen un repertorio directo, accesible y agradecido, aunque puede que un poco escaso de intensidad. Hermoso pero tenue. El público cimbreaba sus cuerpos y se dejaba abrazar por la brisa, pero el fresquito amenazó con colarse en los huesos hasta que la versión reggae de Seven seconds aceleró por fin los biorritmos.
A partir de ahí, con Redemption song (el clásico eterno de Marley que no aparece en Kingston-Dakar), las cosas ya solo podían ir a mejor. Y ello a pesar de que las efusividades futboleras, a partir de la vigésima alusión y el tarareo del Waka-Waka, se hicieron pesadísimas. Pero la apisonadora del mbalax, la auténtica especialidad de la casa, demostró un año más su maravillosa capacidad de devastación. Afronta N'Dour temas como Ndakarou o la encantadora Birima y se le nota en su salsa, enchufado, con margen de maniobra. El implacable punto y final a la medianoche dejó a muchos con ganas de más.
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