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Columna
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La épica de los espías

Nadie será capaz de negar que alguna vez en su vida quiso ser espía. Se empieza por querer espiar al marido (o mujer) de la profesora(o profesor) del Instituto, luego se sueña con acceder a las intimidades (sí, que sí, a las intimidades) de la vecina, mas tarde se trataría de saber todo sobre tu madre, tu jefe, tu amigo y cuando alguien se da cuenta de todo esto te monta un programa del corazón, con una leve diferencia fundamental: ahí no se trata de saber lo que pasa sino de lo que tú te imaginas que pasa o lo que tú dices que pasa o, generalmente, lo que ten dicho que dicen que pasa, para que te paguen más y mejor y más días, sin necesidad de desnudarte

Pero los buenos espías llevaban gabardinas interminables con solapas travoltianas y se citaban en puentes fronterizos entre el telón de acero y el telón de oro, y compraban subsecretarios, y se liaban con grandiosas rubias neoyorkinas o con grises agregados. Eran tiempos de cine, bueno y malo, pero siempre grandioso, lluvioso en los parajes de Berlin, de la puerta de Brandemburgo, con sombreros de ala ancha y tipos de Don Juan. Eran tiempos en los que nosotros soñábamos en que Mata Hari vendría algún día a seducirnos más que con su belleza, con sus buenas artes, a enloquecernos a cambio de una vulgar operación militar. Yo siempre la soñé como a Marlene Dietrich. Luego he visto fotos reales de la bellísima Mata Hari, pero para mí siempre será la Dietrich (ya ven cómo se me ha pegado el lenguaje corazonista) porque era más real que la propia protagonista.

Ahora, de pronto, hemos descubierto a unos espías de pacotilla, sin gabardina, sin jugarse la vida, a muchísima distancia de los detectives privados que espían infidelidades conyugales, ex probos funcionarios, policía dedicados a tareas sumergidas. España, siempre envidiosa del éxito, decidió crear sus propios espías. Y descubrimos la trama de Madrid donde el espionaje era familiar, para resolver asuntos internos. La caspa siempre será la caspa. Y resulta que luego la onda expansiva alcanzó al País Vasco donde ya no se espía a personas sino a Departamentos. Vamos, si yo soy espía, como quería ser cuando me enamoré de mi profesora o cuando me encandiló la vecina de al lado, y me dicen que tengo que investigar a un departamento del Gobierno les mando a tomar por el orto, que dicen los argentinos cuando quieren hablar del culo, y me pido el traslado a interventor de asuntos varios.

Lo malo de perder el poder, como en el caso del PNV, no es sólo el poder que pierdes y el control que se te escapa, sino que el riesgo de que limpien las alfombras puede echarte en la cara tanto polvo que dejes de ver la realidad. Y lo que es peor, el pasado. La épica del espía murió. Hoy son gallegos del orto.

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