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Reportaje:UN CAMINO FRACASADO

Urrusolo, sin armas

Joseba Urrusolo Sistiaga, el ex jefe del 'comando Madrid', el hombre de las mil caras e implacable con sus jefes, pide a ETA que eche la persiana y deje la lucha armada

Vestido con un polo Sprinfield y unos Levi's 501, el semblante ausente y ganas de querer acabar con el trámite cuanto antes, Joseba Urrusolo vivió por enésima vez el ritual que espera a todos los etarras cuando son detenidos. El pasado lunes, encerrado en la pecera de una sala de la Audiencia Nacional en Madrid respondió a las preguntas del tribunal. Tal vez quería pasar desapercibido, como cuando logró evitar durante dos décadas que las fuerzas de seguridad le echaran el guante. Los medios le entronizaron, con la policía alimentando el mito para justificar que no lograban capturarle, como "el hombre de las mil caras".

Si cumple toda su condena, le esperan un par de décadas entre rejas por su sangriento historial, que incluye 16 asesinatos, dos secuestros y varios atentados con bomba. Quién sabe si, entre sentencia y sentencia, Urrusolo no maldice por dentro recordando aquel 15 de octubre de 1977, en Guéthary (Francia), en el que dijo sí a la oferta de Francisco Múgica Garmendia, Pakito, para que se sumase a ETA.

En sus cartas pide "a lo que queda de ETA" que desista y deje de jugar a ser el "garante" de los intereses de Euskal Herria

Urrusolo, apodado El Largo, recordó ante el tribunal que ya no veía las cosas como antes, que había defendido en varios escritos que ETA echara el cierre, que se había desmarcado de la banda y del colectivo de presos. Despojado de sus galones entre rejas, -los etarras pasan a ser "un cero a la izquierda", según otro asesino, De Juana Chaos-, Urrusolo nunca aceptó ser un preso más que la banda utilizaría como botín emocional para sostener el espejismo moral con el que justifica su existencia.

"La lucha armada debía haber terminado hace tiempo", concluyó. Ya no queda ni rastro de aquel pistolero de inusual eficacia, capaz de vivir durante un año en una camioneta Nissan aparcada frente al estadio del Barça -alquilar un piso le parecía demasiado arriesgado-, o de coger el puente aéreo a Madrid sin que nadie dudara de sus documentos falsos. Toda España parecía verle tomando café en una esquina -"debería usted afeitarse el bigote, se parece demasiado a Urrusolo", le dijo en 1988 un comisario a un electricista de Cuenca que había sido detenido por error-. Durante veinte años, en vez de subirse al tren de la democracia como la mayoría de la sociedad vasca, Urrusolo optó por intentar que esta descarrilase sembrando dolor y soñando con el día en que la Euskal Herria que sueña le recibiera entre aplausos por sus crímenes.

Hoy en día Urrusolo es un preso "normalizado", según fuentes penitenciarias, que no sigue las consignas de la banda terrorista y que participa en la vida carcelaria. En agosto de 2001, tras cumplir condena en Francia, llegó a España, donde tendrá que estar 30 años entre rejas. Pasó por Soto del Real (Madrid ) antes de recalar en Córdoba, donde estuvo hasta 2009, cuando fue enviado junto a otros disidentes a Zuera (Zaragoza). En marzo de 2010, volvió a pisar el País Vasco y entró en la cárcel de Nanclares de Oca, en Álava.

Nacido en San Sebastián en 1959, Urrusolo fue el encargado de organizar el comando Madrid en la década de los 80, el primero estable de la banda en la capital. Convencido de que sus logros le concedían autoridad, siempre despreció a los dirigentes etarras. Su siguiente encargo fue dirigir el comando itinerante Ekaitz, que actuaba en la zona mediterránea y dejó tras de sí una quincena de asesinatos. Se quejaba ante la dirección de la falta de preparación de sus compañeros o de la calidad de los explosivos. Se sentía infravalorado. No le tembló el pulso al lanzarle un órdago al hombre que le metió en ETA y entonces número uno de la banda. "Pakito es un hijoputa, un gilipollas. Cuando le pida cuentas va a ser con el cacharro [pistola] encima de la mesa y lo que voy a hacer es darle cuatro hostias", decía en uno de los múltiples escritos interceptados por las fuerzas de seguridad, que permitían reconstruir los culebrones en los que vivía inmerso. En el fondo, según explica Florencio Domínguez, uno de los periodistas que mejor desmenuzó el universo sectario de la banda, Urrusolo quiere ser califa en lugar del califa. "Su experiencia durante años en el comando Madrid y luego en el comando Ekaitz no tiene ni punto de comparación con la de un [Pakito] adolescente huido a Francia a mitad de los setenta", relata en Dentro de ETA. La vida diaria de los terroristas.

En marzo de 1992, los miembros de la cúpula Pakito, José Luis Álvarez Santacristina, Txelis, y José María Arregui, Fiti, cayeron en Bidart (Francia). Pocos días antes, Urrusolo escapó de la policía gracias a que su compañero de comando Fernando Díaz Torres, detenido en Tarragona, le avisó mediante una contraseña para que escapara -"¿dónde está Francesca?", le dijo por teléfono-. Logró volver a Francia, donde la banda pareció perdonarle sus insolencias, recuperándole para adiestrar a los nuevos militantes. Era un buen reclamo para los jóvenes cachorros del terror.

En 1994, la banda le hizo pagar su rebeldía y le instó a pasar a la reserva. Eso suponía esconderse en un piso hasta que volvieran a necesitarle. Se desligó de la actividad terrorista. Se instaló en Roumagne, un pequeño pueblo agrícola a un centenar de kilómetros de Burdeos. Se hacía llamar David Salinas y se presentaba como economista. Su mujer y su hija vivieron con él dos años.

Allí conservó el hábito de recoger datos sobre posibles objetivos en sus paseos por la zona.

En enero de 1997, Urrusolo pisó la cárcel por primera vez, justo cuando algunos de los que se habían enrolado en ETA al mismo tiempo que él en los 70 salían libres. Fue detenido en un control de carretera. "Habéis dado un buen golpe. Soy un importante miembro de la dirección de ETA", les espetó a los agentes.

Una vez entre rejas en Francia, Urrusolo sufrió una metamorfosis. A los pocos meses suscribió un documento donde se afirma que la violencia es contraproducente. Lo elaboró Txelis, el que fuera ideólogo de ETA. En medio, el secuestro y asesinato del concejal del PP Miguel Ángel Blanco marcó un punto de inflexión emocional en el panorama vasco.

El cambio de Txelis puede atribuirse a su conversión religiosa -"la renovación de mi corazón ha sido obra de la gracia de Dios"-, pero el caso de Urrusolo es más complejo. Sólo él sabe si su renuncia a la lucha es más táctica que moral y cuánto pesa en ella el hecho de que todos los días parecen iguales en la cárcel. Cuando ETA rompió el proceso de paz con la bomba de la T-4 de Barajas saltaron también por los aires las esperanzas de muchos presos de ver su situación mejorada. En septiembre de 2008, Urrusolo criticó a la banda por su "supuesto papel de garante" de los intereses de Euskal Herria y pidió que se retomen las conversaciones de Loyola.

En su última carta, firmada en noviembre pasado junto a la veterana Carmen Guisasola, exigía "a lo que queda de ETA" que renuncie a la lucha armada como paso previo e "imprescindible" hacia "una nueva alternativa de la izquierda independentista". La banda reaccionó expulsándoles del colectivo de presos del que ambos ya se habían desvinculado.

José Luis Urrusolo Sistiaga, el pasado lunes durante un juicio en la Audiencia Nacional.
José Luis Urrusolo Sistiaga, el pasado lunes durante un juicio en la Audiencia Nacional.EFE

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