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Columna
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'Oeeeeh, oeeeeh, oooqué'

Cada vez que España esta a punto de hacer algo, o al menos de parecerlo, a alguien se le ocurre poner el punto de mira en el País Vasco. A unos se les ocurre la original idea de preguntarle a Anasagasti con quién va, a sabiendas de que Anasagasti va por principio (y por guión) con el otro. Cada cual que se lo pregunta no espera que le diga que va con España (que sería la noticia) sino que le diga que va con el otro, sea el que sea, que no es la noticia, pero da un titular. El segundo asunto es preguntar si Euskadi se ha vaciado de gente en las calles cuando juega España y si se ha celebrado el triunfo, si se produce, de España. Cuántos han salido a la calle, cuántas banderas, cuanto consumo en los bares, cuántos gritos, cuántos ayes. Es un ritual. El mismo que hace clamar a los que desean el triunfo del otro que el seleccionador de turno no convoque a los futbolistas vascos (o asimilados). Cuando España no llama a los jugadores vascos hay vascos de los que quieren que gane el otro que se ponen como hidras y critican la exclusión con cualquier motivo: que si las medias blancas, que si aquel papel, que si aquella idea. La esquizofrenia llega a ese extremo: queremos que lleven a los nuestros para que les ganen los otros.

Yo, aquí, en Madrid, he descubierto algo que nunca hubiera sospechado, siquiera. España es Reino Unido. No soy yo amigo de banderas, de ninguna bandera, porque ninguna es mía ni la siento como mía. Pero agradezco que los que lo sienten (respetuosamente) como algo suyo, como algo íntimo, sepan blandirlas por sí mismos, contra nadie, por un equipo, más que por un país.

Lo que muchos políticos, no todos, no han sabido construir, o no han querido en algunos casos, lo han conseguido unos tipos jóvenes, desinhibidos, sin complejos, deseosos de ganar y sin miedo a perder. Que no se pasan el partido devanándose los sesos sobre si son de Fueltealbilla o de Rincón de Soto, sobre a quien representan más o a quien representan menos.

Y llegado el caso nada me ha tranquilizado más que ver la multitud de banderas españolas que ondean por Madrid, en balcones, bares, empresas, taxis, con publicidad incluida en la zona gualda, la más ancha, en la que más cabe. En verdad, que la bandera pueda ser "manchada" por la publicidad me demuestra que para algunos la bandera (la que sea, insisto) es un símbolo (que yo detesto) nada sagrado. Algo común. Aún no están lejanos los tiempos del aguilucho. La marea de la selección ha tenido una virtud principal, gane o pierda con Holanda. Ha quitado de las manos la bandera a los retrógrados, a los recalcitrantes a los que justifican la violencia de las fosas comunes, a los que ejercen la acción popular cuando en realidad ejercen la acción personal. A los cardenales. Les ha ganado la selección. Y la publicidad.

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