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Columna
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'Somos una nación'

No hay nada nuevo en los llamamientos a la independencia por parte de Esquerra Republicana de Catalunya, pero sí en la dura reacción de las corrientes centrales de la política catalana a la sentencia sobre el Estatut. Desde esos sectores se han vertido descalificaciones sobre la justicia constitucional y valoraciones que parecen reducir a migajas el autogobierno consolidado por la sentencia, mientras se prepara la manifestación del sábado próximo bajo un lema sin ambigüedades: Somos una nación. Nosotros decidimos. Incluso uno de los padres de la Constitución, Miquel Roca, se ha instalado en la idea del paso atrás y asegura que el Constitucional "ha enterrado" el proyecto común del 78.

Incluso Miquel Roca, uno de los padres de la Constitución, dice que el Tribunal ha enterrado el pacto del 78

¿Hay que entenderlo como el disparo de salida para la campaña electoral? La acritud de la reacción apunta un problema más hondo, aunque todo político, como es obvio, tenga siempre muy en cuenta la proximidad de unas elecciones. El president José Montilla, que no tuvo éxito cuando clamaba para renovar el tribunal previamente a la sentencia, trata de seguir existiendo entre sondeos que apuntan a CiU como la fuerza en alza. Por cierto, María Dolores de Cospedal haría bien en extremar la discreción: calificar de fascistas y/o marxistas las actitudes de Montilla, aunque luego le pidiera disculpas, son ganas de seguir complicando las cosas por parte de un Partido Popular que ya se volcó en el intento de cargarse la mayoría del Estatut y en la campaña por la unidad de España. Pocas veces se habrán gastado tantos esfuerzos para alcanzar objetivos tan magros, con malas consecuencias para la confianza entre españoles.

Mediante razonamientos de tipo histórico, hay quien insiste en la visión de Cataluña como un problema de hondas raíces. En todo caso, estamos en el siglo XXI y nos encontramos integrados en la Unión Europea, donde se convive con algunos (pocos) conflictos de esa naturaleza. Una parte de los ingleses no vería mal la separación de Escocia, autónoma desde fines de los años noventa y que cuenta con independentistas, pero nada hace pensar que ese estado de ánimo desemboque en un drama. Mucho más distanciadas entre sí se encuentran las comunidades flamenca y valona, pero ni siquiera las elecciones belgas han marcado la voluntad de divorciarse: "No tengo el dedo sobre el botón para hacer estallar a Bélgica", ha dicho Bart de Weber, líder del independentismo flamenco. Teniendo en cuenta ese contexto, despreciar la Constitución, que precisamente nos permitió llegar a Europa, es un buen modo de empezar a tener problemas de verdad. Respetar el pacto constitucional tendría que ser una condición básica incluso para quienes sostienen posturas favorables a cambiar la máxima ley.

Reiterados sondeos han mostrado que las reformas estatutarias no figuran entre las principales inquietudes de los ciudadanos. Pero si algunas fuerzas vivas se empeñan mucho en ello, puede que les hagan cambiar de opinión.

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