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Reportaje:LECTURAS COMPARTIDAS

El padre y el dolor

Rosa Montero

La vida te enseña muchas cosas, pero la mayor parte de ellas hubieras preferido no aprenderlas. El libro de Marcos Giralt Torrente habla de esas enseñanzas que te caen encima como un rayo y dejan una cicatriz calcinada e indeleble en el paisaje. Habla de la manera de lidiar con el dolor, y ese sí que es un aprendizaje necesario. Giralt procura domar el sufrimiento por medio de la escritura, porque escribir es uno de los trucos primordiales, una de las magias más poderosas contra la oscuridad del mundo. El arte, todo arte, es el intento de convertir el dolor en belleza. El pintor Georges Braque lo expresó mejor: "El arte es una herida hecha luz". Marcos Giralt abre su libro con una cita de Nietzsche parecida: "Contamos con el arte para que la verdad no nos destruya". Aunque, al final, el pobre Nietzsche no pudo evitar la destrucción y acabó llorando abrazado al cuello de un caballo, a los 44 años, con la razón perdida, fulminado por la intratable verdad de un dolor demasiado grande. El arte es poderoso, pero no infalible.

Tiempo de vida.

Marcos Giralt Torrente.

Anagrama.

Barcelona, 2010.

204 páginas. 17 euros.

Giralt procura domar el sufrimiento por medio de la escritura, porque escribir es uno de los trucos primordiales contra la oscuridad del mundo

Tiempo de vida es la historia de un padre y un hijo, de un duelo, de una ausencia. Primero, la ausencia del padre que se fue, en la infancia. Que se divorció, que no estuvo donde tenía que estar para el Marcos niño. Esa primera desaparición, ese agujero de la infancia, queda subsumido en el enorme hueco de la desaparición física y real. En el agujero de la muerte. Este libro está escrito en pleno duelo. Miento: cuando el autor comenzó a redactarlo, ya hacía más de un año que su padre había fallecido. Pero, por otro lado, ¿quién sabe cuánto dura un duelo? ¿O si acaba jamás? Sin duda acaba el primer periodo de embotado embrutecimiento: "Un duelo es una cosa extraña", escribe Giralt Torrente. "Un duelo se siente una vez ha quedado atrás. Un duelo te aísla incluso de ti mismo". Y más adelante: "He habitado la nada y de mi padre sólo queda el recuerdo. Me he hecho más frágil, me he hecho más triste, me he hecho más temeroso, me he hecho más escéptico, me he hecho más viejo. Éste es el único camino que he recorrido hasta aquí". En fin, este es un hombre que sabe de lo que habla. Que sin duda ha aprendido unas cuantas cosas que hubiera preferido no saber. Y la devastación no proviene solo de la muerte del padre en sí, sino del año y pico de la enfermedad que Giralt vivió con entrega absoluta. Como si en ello le fuera la vida también a él. Y sin duda le iba.

Este libro es de una sinceridad poco usual, de una desnudez fantasmagórica. Pero cuidado, porque no estoy hablando en absoluto del llamado vómito testimonial: esta es una obra muy sofisticada, muy literaria. Y perfectamente controlada por el autor: "Hay lugares que desconozco y lugares a los que no quiero llegar. No todo puedo contarlo. No todo quiero contarlo. Mi vista tiene que ser de pájaro. Intento abrir una ventana; enseñar una porción de nuestra vida, no la totalidad", avisa claramente. Sin embargo, esa vista de pájaro abarca también al narrador, es decir, Marcos se contempla a sí mismo desde lejos (una pena observada, como diría C. S. Lewis), y desde esa distancia es capaz de escribir con una implacable mirada compasiva. Por eso este libro no resulta nunca exhibicionista, sino que a menudo parece el escueto y frío relato de un entomólogo que analiza las entrañas de un escarabajo. Pero por debajo de toda esa contención hierve un géiser de lágrimas.

Si no me equivoco, y creo que no, Marcos Giralt Torrente no dice en ninguna parte el nombre de pila de su padre, que fue un pintor conocido, Juan Giralt. Esa ausencia del nombre resulta decisiva: el padre siempre es mencionado como su padre, es un padre de alguna manera universal, aunque la historia que nos cuenta este libro sea tan específica en todos sus detalles, desde el relato de la difícil relación paterno-filial que siempre mantuvieron, hasta los desmanes de la segunda pareja de Juan Giralt, a la que Marcos solo nombra como "la amiga que conoció en Brasil" y de la que narra cosas tremendas, como, por ejemplo, que, al regreso de una sesión de quimioterapia, el padre encontró su piso medio vacío porque la mujer se había llevado los muebles. Y es que incluso en el acuciante trayecto hacia la muerte hay mezquindad. Pero también puede haber grandeza, y un impulso de redención y de restitución. Cuando el padre descubrió que tenía un cáncer avanzado, Giralt Torrente decidió entregarse por completo a la ordalía de la enfermedad: "No me quedo en la periferia, lo acompaño en el mismo centro del dolor. Yo soy su padre y él es mi hijo". Tras tantos desencuentros, tras toda una existencia de lejanías, vivieron el final en una abrasadora intimidad: "Los dos nos esforzamos. Un año y medio de nuestra vida nos dimos".

El libro de Giralt comienza con esa letanía desolada que he copiado al principio: "Me he hecho más frágil, me he hecho más triste...", pero luego va avanzando poco a poco hacia la serenidad: es un texto en cierta medida sanador. A mitad del volumen, el autor empieza a hacer retratos de su padre, en algunos casos afilados apuntes de carácter ("a solas, frente al lienzo, no pensaba en sus rivales, sino en sus maestros") y en otros simples y conmovedoras retahílas descriptivas: "Tenía debilidad por los fritos y por todo lo que llevara bechamel (...) le gustaban los embutidos, los macarrones, las albóndigas; le gustaba el repollo, la remolacha, el atún...". Es una marea de ínfimos datos que en realidad conforman lo que somos, es una combinación precisa de gustos y costumbres que desaparecerá para siempre con nuestro fallecimiento, a no ser que alguien que te haya querido tanto como para saberlo todo sobre ti sea capaz de recordarlo y de escribirlo en un libro como este. Y al hacerlo, se vence de algún modo a la pena y la muerte. La magia de la palabra surte efecto.

El pintor Juan Giralt, padre del autor Marcos Giralt
El pintor Juan Giralt, padre del autor Marcos Giralt

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