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Columna
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El otro G-8

Anoche se completó la formación de un segundo G-8 que expresa un estado del mundo que no desdeña al G-8 original. Congregadas en Sudáfrica, 32 selecciones nacionales de fútbol se han ido depurando hasta elegir las ocho cuarto-finalistas que dibujan un mapa de países emergentes y emergidos; razas y culturas; religiones y filosofías, aunque solo Alemania figure en la nómina de uno y otro G. Era imposible que estuvieran todos los que son, aunque sí son todos los que están.

El deporte -no solo el fútbol, pero especialmente el fútbol- es la actividad político-recreativa con más seguidores de la historia. Es el combate incruento, el enfrentamiento sin bajas entre conjuntos nacionales o locales, y su léxico, trasunto apaciguado de la guerra. Ofensiva, defensa, ataque, disparo, remate, cañonazo, bombardeo, cerco, táctica, estrategia son ecos de una pelea sin cuartel en la que nadie sale herido, pero cuyos efectos colonizan calladamente las encuestas para enjuiciar gobernantes. Angela Merkel y David Cameron, convocados por el G-8 de los grandes el pasado fin de semana en Toronto, hicieron un alto en sus conciliábulos pasablemente estériles para ver quién entraba en el nuevo cónclave. La canciller alemana sonreía a medio mandato, agrio de contratiempos, y el premier británico constataba que no estrena con buen pie su reciente victoria electoral.

Los ocho cuarto-finalistas del Mundial dibujan un mapa de países emergentes y emergidos

Los ocho del G-televisivo integran sendos bloques: América Latina, netamente vencedora, con cuatro equipos, Mercosur en pleno, y Europa, con tres, más un outsider africano. Alemania, Holanda y uno de los dos países ibéricos -que al cierre estaba aún por decidir- representan al mundo clásico. El país neerlandés como uno de los polos de invención del capitalismo, el germánico por su voraz desarrollo industrial, y ambos de estirpe luterano-calvinista aunque con densos enclaves de catolicidad. Los dos peninsulares, avanzadilla histórica del imperialismo en América, África y Asia, símbolos ajados pero no derruidos de la fe y el Imperio de Roma, son hoy por el decaimiento de Italia y de la primogénita de la Iglesia, los únicos missi dominici de la latinidad. Pero ¡consternación! no hay anglosajones, puede que a cuenta de las guerras en el Asia lejana; ni tampoco está representado el mundo gran-eslavo o la Europa oriental, aún en convalecencia de una enfermedad llamada super-potencia el primero, y estragada la segunda de tanto sembrar confusión en la UE.

Y si Europa inventó el fútbol, América Latina lo hizo realismo mágico. Argentina y Uruguay son hechura trasplantada pero original de la Europa mediterránea, de la que heredaron tez y religión, y posiblemente la tierra donde el deporte rey posee hoy mayor rebote político del mundo; tanto que la presidenta Fernández de Kirchner, aperreada por la oposición de su propio partido peronista, se encomienda por la victoria a Maradona; y el veterano novel de Montevideo -José Mujica- invoca la furia tupamara pensando en la final. Brasil, el gran poder histórico, es una Roma sin Cartago, con la que a Lula -con sus Juegos- solo le faltaría agenciarse un Mundial. Y la sorpresa en el vagón de cola, Paraguay, que, pese a tener un equipo surtido de criollos, es la encarnación de una gran emergencia: la de los indígenas americanos, habitualmente representados por el boliviano Evo Morales. La calificación, por último, de Ghana, país cristiano-musulmán, de fútbol implantado por el colonialismo británico, llama la atención sobre otra eclosión: la macroeconómica de un continente que resurge y solo precisa que un día lo macro se haga micro.

De los casi 7.000 millones de habitantes del planeta, unos 400 millones suspiran por ese G-8 solo superficialmente deportivo. Unos 180 millones son occidentales -Europa y parte de Latinoamérica-; apenas 10 corresponden al ébano africano; y, en el centro geométrico de la racialidad, Brasil, que lo tiene todo: negro, blanco, asiático -premio de consolación al Japón derrotado ayer- y autóctono americano, que en el caso amazónico está aún verde para competir en la cumbre. Cerca de 300 millones son católicos bautizados, tres cuartas partes de los cuales pertenecen al mundo latino y hablan español o portugués; los protestantes no llegan a 100 millones, con alemán y holandés de lenguas principales, y manchones lusitanos y algo también hispánicos, discontinuidad religiosa de América Latina; completan esta teología futbolística un sucinto islam africano que se hace entender en inglés para ironía de ausentes: Oxford y Cambridge, Harvard y Yale.

Una final entre una cuasi remota península del extremo de Europa y América Latina sería un sueño geopolítico; aunque ninguno de los contendientes figure en el G-8 de los grandes poderes.

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