El amigo de La Mona
Tévez, admirador del cantante argentino, único jugador que habla a las claras a Maradona
La Mona ya había inmortalizado su voz aguardentosa en el primer éxito de su carrera, Córtate el pelo, cabezón, cuando el asistente a uno de sus conciertos le pegó un botellazo que le dejó cuatro meses en coma. En 1972, cuando se despertó, Juan Carlos La Mona Jiménez, el cuartetero más adorado de Argentina, no había producido ni la décima parte de sus 80 discos, ni tenía la fama que tiene hoy ni le acompañaban los artistas que acuden fascinados a cantar y bailar con él a las salas de barrio que frecuenta ante públicos arraigados en las zonas más pobres del país. Desde hace tres años, los duetos más celebrados de La Mona han sido con Carlos Tévez. El delantero que el domingo eliminó a México con dos goles y lo festejó dando saltos abrazado a Diego Maradona es, además de jugador, un esforzado intérprete del arte popular.
Invitó al seleccionador a jugar con un punta más. Le puso a él y el juego cambió
Es el más querido por la afición porque siempre se implica con el corazón
Alrededor de Maradona giran círculos concéntricos de dirigentes, técnicos, ayudantes y futbolistas. Solo hay dos personas que le dicen lo que piensan sin calcular las consecuencias, sin adornar las palabras, sin pensar en el provecho que pueden sacar del consentimiento y el halago. Una es el preparador físico, Fernando Signorini. La otra es Tévez. No hay otro jugador capaz de enfrentarse a Maradona porque no hay otro más íntimamente convencido de que sus intereses tienen poco que ver con el mundo del fútbol. "Maradona tiene que abrir su cabeza", dijo Tévez cuando llegó a Sudáfrica. Lo dijo públicamente para invitar a su seleccionador a jugar con un delantero más. Maradona le escuchó y le puso a él. Y el juego de Argentina cambió.
Nació y creció hace 26 años en Ejército de los Andes, uno de los barrios más abandonados de Buenos Aires. Desde pequeño sufrió las dificultades propias de los chicos que deben sobrevivir en el declive social continuo de la periferia pobre de la capital argentina. "Era vago", recordó la directora de la Escuela Número 50, Silvia Boliski, en el diario La Nación; "simpático, muy buen compañero, responsable, pero sobre todas las cosas buena persona".
Tévez es el jugador más querido por los hinchas argentinos porque cada vez que hace algo se implica con el corazón. Hace un año confesó que estaba harto del fútbol: "Ya no siento la pasión que sentía. Estoy cansado. Es probable que después del Mundial deje la selección".
Los seguidores del Manchester City no notaron su fatiga esta temporada. Metió 23 goles en 29 partidos de la Premier, casi todos decisivos. Desde que debutó en Boca, en 2001, se distinguió por el despliegue. Hay algo profundamente vocacional en él. Un estilo primitivo, más relacionado con el jugador de potrero que con el profesional. Le animan un fuego competitivo y una capacidad de adaptación imposible de contrastar en otro jugador del Mundial. Nadie ha sido objeto de idolatría por aficiones tan dispares: Boca, Corinthians, West Ham, Manchester United y Manchester City. Todos paladares negros.
"Tengo hambre de gloria", dijo después del partido de México y luego reprochó a Maradona que le sustituyera por Verón: "No entendí el cambio. No podíamos agarrar la pelota, pero tampoco soy el único culpable".
Tévez habla claro. No pretende la amistad de Maradona. Su amigo es el hombre de cara de pan y pelo rizado al que llaman La Mona. Cuando se vaya de vacaciones, después de la Copa del Mundo, se llevará a su esposa, sus hijos y sus amigos del barrio a la provincia de Córdoba. Irá a parar a la casa del rey del cuarteto.
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