Donde alcanza la vista
La asamblea vecinal rige la vida de la localidad más pequeña de la región
El alcalde saca a debate uno de los temas más espinosos de la reunión: una compañía de teléfonos propone colocar una antena de móviles donde ahora se encuentra el nido de una cigüeña. Una mujer joven con el pelo completamente blanco lee unos documentos de Internet donde se dice que estos artilugios producen cáncer. "¿Pero cuánta pasta nos dan?", pregunta un hombre ataviado con un chaleco verde. "Mil euros al año". Vaya miseria, piensan todos. El alcalde zanja asegurando que no hay antena que valga, aquí paz y después gloria. "¡Dentro de poco nos querrán poner un rascacielos!", aúlla un tercero, de aspecto recio y visiblemente indignado con esta proposición tan indecente.
Es domingo en Madarcos, un pueblo desperdigado en una ladera de Somosierra donde se celebra un concejo abierto. Como aquí solo habitan 51 personas, todas las decisiones se toman mediante un sistema de asamblea vecinal que hace las veces de pleno del Ayuntamiento -que rige en los municipios de menos de 100 habitantes-. Al acabar la reunión los vecinos cruzan la plaza de la iglesia, muy coqueta, toda empedrada, con potentes focos de luz en las esquinas, y se van a tomar unas cañas al único bar del lugar. Afuera el sol pega de lleno en la piedra donde se recuesta un gato obeso.
El autobús tarda desde Madrid una hora y 45 minutos de curvas y paradas
No es tan sencillo vivir en Madarcos: el precio de la vivienda es elevado
Para llegar al municipio más pequeño de Madrid hay que desearlo de todo corazón. El único transporte público que se acerca hasta aquí es el autobús 196 que sale de la plaza de Castilla los sábados, domingos y festivos. Tras una hora y 45 minutos con curvas y paradas, el autobús llega a Madarcos. Por fin.
Lo primero que se ve son las casas de piedra, la iglesia parroquial y unos caminos misteriosos. Dejándose caer por uno de ellos aparecen dos hombres charlando al sol. "No quiero yo intercambiar ninguna palabra con usted", dice uno, y se mete en su casa después de echar a un lado el mosquitero de la puerta. El amigo se queda apoyado en el coche, y aunque al principio mira con desconfianza acaba arrancando: "Lo mejorcito que se ha hecho en este pueblo lo he hecho yo", dice Baltasar de la Vega, alcalde durante 24 años. La reforma de la iglesia en ruinas, el empedrado del centro... todo obra suya.
¿Y los orígenes de Madarcos? Son un misterio, pero el antiguo alcalde cree tener la respuesta: "Mi madre me contó que en tiempos remotos, mucho antes de la guerra, en un sitio cercano, llamado La Nava, se celebró una boda y todos fueron al festejo. Entre la comida se coló una salamanquesa y todos los vecinos acabaron muertos. Solo sobrevivió una mujer, que se asentó justo aquí". A De la Vega lo llama su mujer para comer, así que hay que seguir camino abajo.
Se llega al río, en cuyos bordes pastan las vacas. En un mástil se ve el nido de la cigüeña, a salvo ahora de los desalmados del progreso, junto a un bonito chalé donde viven unos alemanes y seis casas construidas en un desfiladero. Estas últimas son municipales y se espera darlas a parejas jóvenes que repueblen Madarcos, el municipio con menos habitantes de la Comunidad de Madrid y con una edad media que ronda los 70 años. No es tan sencillo venirse a vivir aquí: el precio de la vivienda es muy elevado. Una mujer que acerca el desayuno a su marido, que pasa las horas haciendo chapuzas en el garaje, cuenta que compró su vivienda hace 30 años por 15.000 pesetas. "Somos de Madrid. Le dije a mi marido que comprase algo en el campo y encontró esto. No tiene más historia". Hace poco, una muy parecida a la suya, ha sido vendida por 190.000 euros. "Por menos que eso yo tampoco vendo", afirma muy flamenca.
Arriba, de nuevo en el centro del pueblo, aparece el sonido del afilador. Lo transporta un viejo coche grabado en un estéreo. Unos metros más allá hay un palo hincado en una peña que antiguamente servía para medir, con la ayuda del sol, el tiempo de regar. "Esto ya lo habíamos visto, ¿no?", se pregunta una pareja que ha venido a pasar el fin de semana a una casa rural. En las siguientes horas se les verá dando vueltas sin parar por los mismos lugares, contentos de hallarse en la vida rural pero extrañados por no salir de un bucle que les lleva una y otra vez a los mismos sitios. Madarcos no va más allá de donde alcanza la vista.
Apuntes de viaje
- El autobús 196, que sale a las 9.05 de plaza de Castilla, llega a Madarcos los sábados, domingos y festivos. El billete cuesta 7,02 euros.
- Situado a 1.062 metros de altitud, tiene 51 habitantes, con una edad media que ronda los 70 años.
- Merece la pena visitar la iglesia de Santa Ana, del siglo XVII, la fragua , un lavadero y un reloj de sol conocido como "el reloj de la vez".
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