El sabor del Caribe colombiano
El carnaval de Barranquilla, bailarines y máscaras, llega a la Casa de América
El carnaval de Barranquilla se trasladó ayer a Madrid. Y lo hizo para abrir los festejos del bicentenario de la independencia de Colombia. Una comparsa integrada por una veintena de bailarines ofreció una muestra a ritmo de cumbia, congo y mapalé, entre otros ritmos del Caribe colombiano, en la Casa de América de Madrid. Disfraces salpicados de colores, máscaras alusivas a distintos personajes míticos y de leyendas que rodean al carnaval, marcaron la pequeña muestra de esta fiesta declarada Patrimonio Oral e Inmaterial por la Unesco y que congrega cada año a miles de participantes, bailarines y turistas durante cuatro días de marzo. Un patio de butacas abarrotado y un grupo de danza que viene de presentarse en Marruecos y Portugal, fueron los encargados de transmitir los ritmos de Macondo a través de canciones que ya insinúan el sabor costero: Manduquito, Garabato, Se va el caimán y La Puya loca.
A Esquilo y a Sófocles les arrebataron las máscaras como expresión del juego teatral. Y de la sabrosura del movimiento cadencioso de la mujer del Caribe se adueñó para volverse universal. Así es el carnaval de Barranquilla. Una elegía al júbilo y a la extravagancia, que ayer fue escenificada por 25 jóvenes bailarines que desparramaron en la Casa de América de Madrid una borrachera de colores al son de gaitas y tambores. ¿El motivo? Inaugurar las celebraciones por el Bicentenario de la Independencia de Colombia. También desplegar ante el público español la algarabía de una de las fiestas más populares de Colombia, declarada por la Unesco Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
A las 20.00 se encendieron los tambores y las velas. Fueron 60 minutos donde la comparsa giró moviendo los hombros y contoneando las caderas frente a un auditorio abarrotado de gente. El mestizaje en toda su expresión: en los faldones y los encajes de las cumbiamberas traslucía el legado europeo; en el sonido dulzón de la pequeña flauta de caña de millo el ancestro indígena; y en el sonido imponente y moribundo del cuero de los tambores las raíces del África lejano.
Se calcula que algo más de 30.000 actores y bailarines desfilan por la Calle 40 (algo así como el sambodromo de Río) cada marzo durante los cuatro días de carnaval. Cuatro días que se cierran con la muerte y entierro simulado de Joselito Carnaval, un personaje mítico dentro del imaginario cultural de la ciudad portuaria. Otra figura es la del Rey Momo, o Baco en la mitología griega, que es elegido todos los años para que, como el bufón de la corte, anime, ría y baile junto a los trasnochados participantes. Ayer estuvo presente en Madrid. Y se llama Rafael Atlamar López. La gente lo saluda como su majestad y él habla de su cetro con desenfado. Lleva una banda que lo acredita como monarca y viste un liqui liqui -atuendo típico de la costa atlántica colombiana- tan plateado como una nave espacial.
"Quien lo vive es quien lo goza", reza el eslogan del carnaval. Y ayer los asistentes a la Casa de América tuvieron un abrebocas al son de congo, cumbia, garabato o mapalé.
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