Prometeo no enciende la llama en el Grec
Fría inauguración del festival con un espectáculo que no seduce al público
Prometeo dejó frío el Grec. El titán que robó el fuego divino para regalarlo a los mortales no pudo encender anoche, ¡ay!, la llama del entusiasmo. La inauguración del festival de verano barcelonés en el anfiteatro de Montjuïc con Prometeu, de Esquilo, en versión de Heiner Müller y puesto en escena por Carme Portaceli, no consiguió conectar con el público y los comentarios generales a la salida eran de rotunda decepción. "Otra oportunidad perdida", "tenemos la negra con las inauguraciones", "no era un espectáculo para abrir", fueron algunas de las opiniones expresadas mayoritariamente tras la función, junto con la más contundente (y, dado el contexto, oportuna): "Los dioses nos castigan".
Se recrea el remoto Cáucaso de la tragedia con aire de Shutter Island
Hefestos anuncia en un parlamento que el Barça ganará la Liga
Fue en todo caso un fiasco anunciado. No eran pocas las voces que advertían de que la conjunción texto-directora-apertura de Grec no era la más idónea. Contra viento y marea, el director del Grec, Ricardo Szwarcer, ha defendido siempre su opción: coherencia, pero también alguien podría reprocharle un puntito del hybris, el exceso de confianza, que es uno de los pecadillos de Prometo. También es verdad que no siempre es fácil responder a la (¿auto?) exigencia de abrir el festival con un texto en catalán y un director (y no digamos una directora) del país.
Ambientalmente, la velada fue una típica noche de apertura de Grec: algo de fresco, el aire con el anuncio excitante del verano, muchísimas caras conocidas, reencuentros, los mochuelos, el maullido de un gato en celo en plena función y un cohete inesperado que derramó un único y fugaz chorro de estrellas artificiales adelantándose a Sant Joan. La escenografía, que se funde estupendamente con el entorno natural del anfiteatro, es de lo mejor de este Prometeu. Un alto faro metálico cuya luz giratoria creó bonitos instantes de poesía, una especie de puente malecón y un gran estanque que producía hermosos reflejos acuáticos cuando los actores chapoteaban en él. El espectáculo arranca con un prólogo en el que una actriz explica, para contextualizar, la génesis de los acontecimientos mitológicos que conducen a la condena de Prometeo por Zeus. Es un digest cosmogónico apresurado con episodios tan edificantes como la castración de Urano por su esposa Rea con una hoz de adamantio, doloroso trance cantado por Hesíodo. Llega entonces custodiado a ese escenario, que recrea el remoto Cáucaso de la tragedia con aire de Shutter Island, Guantánamo o Abu Ghraib, Prometeo caracterizado como un preso talibán o iraquí, capucha y grilletes incluidos. Prometeo, el ladrón del fuego, el benefactor de la humanidad, no es él, claro, sino ella: Carme Elias, maquillada como la Novia Cadáver de Tim Burton. Se la encierra en la torre con mucho estrépito y el resto del espectáculo son las visitas que va recibiendo.
Elias tiene momentos muy buenos, como cuando echa el resto en el maravilloso texto que abre el episodio II de la tragedia: "Escuchad las penurias de los hombres y cómo los transformé en seres inteligentes y amos de sus afectos, ellos que antes no tenían entendimiento". Portaceli trata de insuflar ánimo al espectáculo: salen guardaspaldas olímpicos con pistolas, Hefestos anuncia en uno de los varios parlamentos amorcillados que el Barça ganará la Liga (aunque no dio el resultado de las elecciones), Io (la vache qui fuit) va de ternera lujuriosa, Hermes de Hermès, Dani Nel·lo y sus músicos tocan en directo, una actriz sosias de la soldado Lynndie England arrastra a un actor como un perro... Pero la cosa no alza el vuelo. Así que el montaje echa el resto (sin mayor efecto) en un epílogo algo desmadrado y cómico.
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