La anomalía alavesa
Cuando en 2007 Txarli Prieto mantuvo a ultranza su candidatura a diputado general de Álava, seguro que no le preocupaba que, de rebote, pudiera ser elegido el candidato del PNV con el menor número de escaños en la democracia. A la usual ambición de poder de un profesional de la política se unía otro objetivo: desalojar al PP de las instituciones alavesas al precio que fuera. No fue un simple error de cálculo de Prieto lo que llevó a la elección de Xabier Agirre sino un planteamiento derivado de dos premisas: el PP es un partido con el que alguien de izquierdas no puede pactar, y al país le conviene una alianza estratégica con el PNV. Quiero pensar que no existía otra clave secreta, como la de facilitar a Rodríguez Zapatero el apoyo del PNV en el Congreso, aunque, vistas algunas actuaciones posteriores, como el pacto sobre transferencias en materia de empleo, a espaldas y en contra de los intereses del Gobierno vasco, nada hay que descartar. Desde esas dos premisas, se explica la anomalía política que estamos viviendo en Álava.
La elección de Xabier Agirre no fue un simple error de cálculo de Prieto
Los principios básicos del proyecto del PSE para el país, nunca los compartirá el PNV
Ya en 2003, Rodríguez Zapatero, entonces en la oposición, ordenó al PSE alavés que votara a Ramón Rabanera para diputado general, pero, a continuación, los socialistas de Txarli Prieto ejercieron una oposición constante a quien habían votado, hasta llegar a paralizarle con el concurso del PNV. Por el contrario, en la actual legislatura el PNV ha podido gobernar la Diputación, no ya sin una oposición clara del PSE, sino con su apoyo en las materias más determinantes. Con la socorrida y engañosa excusa de no incurrir en el "frentismo", el PSE de Álava se negó a plantear una moción de censura a Agirre, mientras Rodríguez Zapatero, en Madrid, pactaba con el PNV. Cuando Gregorio Rojo llegó a un acuerdo con el PP para la renovación de cargos en Caja Vital y cerrar el azaroso frente judicial, Txarli Prieto se negó a ratificarlo, con un doble resultado: al final, el pacto se ha producido con el PNV, y Rojo depende de que se revoque la sentencia que anuló su elección. En resumidas cuentas, el PNV de Álava, tercera fuerza política y el gran derrotado en las elecciones forales, pese a la clara mayoría de votos y escaños constitucionalistas, gobierna cómodamente la Diputación, arbitra en el Ayuntamiento de Vitoria y está en la sala de máquinas de Caja Vital, Cámara de Comercio y SEA.
Todo esto no sería sino un episodio más de los que suceden cuando se hace de la política un medio de satisfacer ambiciones personales y se concibe la obtención del poder como un fin en sí mismo, si no fuera porque representa una contradicción escandalosa con el proyecto que lidera el lehendakari. Permitir en un sistema institucional como el vasco que el PNV gobierne las tres diputaciones, debilita y contradice el discurso del cambio, reduce el margen de maniobra del Gobierno vasco a la hora de desarrollar su programa y prácticamente impide el desmontar el tinglado societario levantado, como una Administración paralela clientelar y exenta de control parlamentario, durante 30 años por el PNV. Si Prieto le ha regalado al PNV esa foto de Urkullu rodeado de sus diputados generales, como expresión gráfica de un contrapoder real y arrogante, y si Rodríguez Zapatero, en su afán de mantenerse cueste lo que cueste vuelve a ceder al chantaje nacionalista, habrá que pensar que el lehendakari y su Gobierno tienen que guarecerse del fuego amigo.
Sólo con una concepción sectaria se puede pensar hoy que el PP es un partido antidemocrático y heredero del franquismo, al que hay que desalojar en todos los ámbitos del poder, con el que no se puede pactar, y, sin embargo, aliarse con un PNV que no puede dar lecciones de democracia y de progresismo, ni al PP ni a ningún otro partido. No puedo entender a quienes dicen ser de izquierdas y luego se conchaban con un partido desleal con la Constitución y el Estatuto, entre cuyas preocupaciones esenciales no está precisamente la de lograr la igualdad de derechos y obligaciones de todos los ciudadanos en todo el Estado y en la propia sociedad vasca.
El PP del País Vasco está dando hoy ejemplo de responsabilidad institucional, de respeto a la palabra dada y de generosidad política, apoyando lo que cree bueno para el país, sin otra contraprestación que el compromiso por parte del PSE de llevar adelante un proyecto político que Euskadi necesita y que precisa ser consolidado. A su vez, el lehendakari y el PSE vasco dieron y siguen dando un ejemplo de coherencia y de ausencia de viejos y absurdos complejos, asumiendo el liderazgo de un nuevo proyecto político de convivencia y de progreso, en el peor momento, con el apoyo de quien estaba dispuesto a ello, en vez de recurrir a lo que a corto plazo resultaba más cómodo: el pacto con un PNV que nunca compartirá los principios básicos del proyecto de PSE para el país, y que por ello nunca será leal al mismo.
Si el PSE de Álava y el propio PSOE de Rodríguez Zapatero quieren que el lehendakari disponga de la capacidad y del tiempo indispensable para que al fin podamos hablar de un país con democracia efectiva, no se puedan repetir extraños pactos en el Congreso, y la anomalía alavesa debe terminar, y no sólo por razones oportunistas ante una supuesta corrupción en el PNV de Álava, que habrá que demostrar si es que existe, sino por un convencimiento intelectual y político de lo que un partido progresista tiene que defender y promover en Euskadi.
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