La nueva pasión por el fútbol
Los Elefantes, la selección de fútbol de Costa de Marfil, han tenido un impacto arrollador en la política interna de su país. Costa de Marfil había sido uno de los países más prósperos y estables de África durante décadas hasta que en 2002 explotó un conflicto entre los musulmanes del norte y los cristianos del sur. Un grupo armado rebelde obtuvo el control del norte, dividiendo el país en dos, hasta que en 2007 se firmó un endeble acuerdo de paz. El capitán de Los Elefantes, Didier Drogba, propuso que una eliminatoria decisiva para el Mundial de Sudáfrica se disputase en el norte del país. Aquel partido, según gran parte de los observadores políticas marfileños, influyó de manera decisiva en el destino del país. El acuerdo, que ha resultado duradero, se selló. Muchas cosas dividían, y siguen dividendo, a las diferentes partes del país, pero el fútbol ha resultado ser el gran cemento de unidad nacional.
el fútbol es el cemento de unidad nacional en costa de marfil
la mayoría de africanos juegan descalzos, con bolsas atadas a los pies
campos y balones de verdad están apareciendo gracias a las donaciones
los africanos son un 14% de los extranjeros en las ligas europeas
No es el único caso africano. Ruanda vivió una de las peores atrocidades del siglo XX en 1994, un genocidio en el sentido real (no el absurdamente desproporcionado, como demasiadas veces ocurre) de la palabra. Un partido hace seis años contra el país vecino de Uganda unió a los dos bandos, genocidas y sobrevivientes, de manera eufórica. También se han visto casos, como en Camerún, de dirigentes déspotas que han utilizado el éxito de sus selecciones como instrumento para consolidarse en el poder.
Lo interesante es saber por qué existe muchas veces una vinculación tan cercana en África entre la política y el fútbol. Y la respuesta es que el fútbol del continente es, como en otros lugares pobres del mundo, el consuelo y la alegría de las multitudes. Es la actividad social que más corazones toca. El fenómeno Nintendo sólo ha llegado a las capas sociales más privilegiadas. El fútbol, el deporte de equipo más democrático que existe, es la principal diversión que ofrece la vida. Es democrático porque es accesible a todos, independientemente del tamaño, raza, religión o nivel económico. Lo pueden jugar bajitos (véase el Barça, el club más admirado del mundo en este momento) y altos, gordos y flacos, blancos y negros. Y no es necesario invertir en un costoso equipamiento. Ni siquiera botas, ni siquiera un balón reglamentario. Una pelota de tenis puede servir o, incluso más habitual en los pueblos africanos, donde la mayoría de los niños juegan descalzos, unas bolsas de plástico bien apretadas y atadas con cuerda o cinta adhesiva.
La superficie donde se juega tampoco tiene que ser de hierba, ni natural ni artificial. Puede ser una calle, un patio, un terreno baldío lleno de piedras (que también pueden servir de balón) o un campo de arena. Escenas de este tipo, llenas de niños concentrados pero sonrientes, se ven a lo largo y ancho de África, desde Marruecos hasta Sudáfrica, de Kenia a Senegal. Las niñas también juegan al fútbol, con más y más frecuencia.
Prácticamente todos entienden las reglas del juego, con lo cual ver partidos en televisión de las grandes Ligas europeas se convierte en una forma de entretenimiento mucho más popular que el cine. Muy pocos tienen sus propios televisores, por eso en los guetos de las ciudades se dan muchos casos de individuos emprendedores que se han conseguido una parabólica y un televisor y, dentro de una choza de madera, se han construido pequeñas salas oscuras, como de cine. Carteles anuncian los grandes partidos que se avecinan de la Premier League inglesa o de la Liga española -o de la Champions- y se cobra la entrada. Esto explica, a su vez, la cantidad de camisetas del Barcelona, del Real Madrid, del Manchester United y del Arsenal que se ven en los rincones más inesperados de África y lo informada que está la gente sobre los pormenores de, por ejemplo, las luchas internas en las directivas de los clubes, sobre los eternos rumores de grandes fichajes veraniegos.
El Mundial de Sudáfrica ha puesto, a su vez, la atención del mundo en el fútbol africano. Y no se trata sólo de los futboleros europeos, varios de cuyos héroes provienen hoy de países como Costa de Marfil (Drogba, del Chelsea, y Yaya Touré, del Barcelona), Camerún (Samuel Eto'o, del Inter de Milán), Ghana (Michael Essien, del Chelsea). También ONG y empresas internacionales, cuyos integrantes no necesariamente tuvieron un interés previo en el fútbol, han descubierto el potencial que tiene el deporte para avanzar sus causas. Desde que Sudáfrica fue nombrada anfitriona del Mundial de este año en 2004, han surgido docenas de organizaciones que utilizan el fútbol como anzuelo para mejorar la educación de los niños africanos y enseñarles a prevenir enfermedades mortales como el sida y la malaria. La ONG alemana Kickfair tiene un proyecto en Kigali, la capital de Ruanda, con el que a través del fútbol intentan también fomentar las condiciones para que las secuelas del genocidio de 1994, en el que murieron casi un millón de personas en cien días, se superen y la paz en aquel país resulte duradera. Nike y Adidas, las dos grandes empresas de ropa deportiva, tienen varios proyectos en el continente que vinculan el fútbol con la guerra contra el sida. La FIFA, el organismo que controla el fútbol internacional, ha dado su apoyo a muchas campañas de esta naturaleza.
Un caso reciente del poder de persuasión que tiene el fútbol se dio en Uganda el mes pasado, cuando el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y el presidente de Uganda, Yoweri Museveni, participaron durante diez minutos en un partido de fútbol a favor de las víctimas de la guerra que se ha librado durante los últimos 20 años en el norte del país.
Una consecuencia directa de toda esta actividad política, económica y social relacionada con el fútbol ha sido la mejora de las condiciones en las que el deporte se juega en África. Decenas de miles de niños que hace seis años habrían jugado descalzos hoy visten botas y uniformes del mismo nivel que lucen los juveniles de los grandes clubes europeos. Balones de verdad están reemplazando a las bolsas de plástico. Gracias a las donaciones internacionales y, en el caso de Sudáfrica (el país más rico del continente, con diferencia), locales, campos con porterías y líneas trazadas están apareciendo en zonas rurales donde muchas veces la mayoría de la gente está en el desempleo y los afortunados ganan un euro al día.
Ante la mejora de la calidad del fútbol y de los niveles de educación y sanidad, los jugadores de fútbol africanos se volverán más disciplinados, más competitivos y más tácticamente astutos. Hoy, el 14% de los profesionales en las Ligas europeas que provienen de otros países son africanos. Hace 20 años, la cifra era prácticamente cero. En 20 años, el porcentaje será mucho más alto. El Mundial de Sudáfrica marca un hito, un nuevo comienzo para el continente. El futuro del fútbol pertenece a África.
El gusanillo
Lola Huete Machado
Thomas Hoeffgen (Kiel, Alemania, 1968), famoso fotógrafo de publicidad y moda residente en Nueva York, puso el pie en Lagos (Nigeria) en 1999 para retratar a un conocido jugador nigeriano de la Liga alemana por encargo de la revista Playboy. Todo estaba organizado. Pero él se salió del programa, se internó en zonas no permitidas; se puso a fotografiar campos de fútbol de los de allí, las arenas de África... Hasta que llegó la policía, fue detenido y... perdonado en cuanto el oficial supo a lo que (y con quién) iba. "Resultó ser un futbolero incondicional", cuenta. Así se fraguó (y se amplió) una pasión. Por el balompié de allí y la gente que lo practica. Y por el continente mismo. Un gusanillo que nunca le abandonó. Nada raro en un profesional que tomó la primera foto de su vida de un evento deportivo de motor ("fue una carrera de fórmula 1"), que siguió con el surf y el snowboard, que vivió gustoso luego el ambiente isleño de Canarias durante un año y se embarcó en sus aguas con jóvenes prisioneros en un programa de reinserción... Hoeffgen buscó y retrató en África terrenos de juego improvisados (desde los de dos cañas de bambú como portería hasta los grandes estadios del Sur; desde los de la selva o playa hasta los situados bajo un puente o una carretera...); balones elaborados con cualquier material; miles de jugadores afanándose sudorosos allá donde miras en el horizonte... Y su modo de competir. Su entrega. "Nunca olvidaré el encuentro con unos chavales en Zambia que luchaban por una pelota hecha de bolsas de plástico. Me bajé del coche y empecé a disparar. Ni me vieron. El fútbol era lo único que contaba para ellos". Quien ha visto jugar en África, ha visto mucho. Y sabe. Sabe que este deporte allí no tiene que ver con la marca de las zapatillas (porque la mayoría no tiene, aunque todos enloquezcan por las mismas), el color de la camiseta (ídem), el tamaño del estadio o el césped más o menos artificial; ni siquiera con la asistencia de miles de espectadores. Bastan unos pocos de cualquier poblado compitiendo con la aldea vecina para convertir el evento en acontecimiento mundial. En África, el fútbol es pasión, terapia, medicina, alimento. Es diplomacia y política cotidiana. Muy usado como arma para resolver enemistades, traumas y conflictos guerreros (basta mirar Sierra Leona). Durante diez años, y en siete viajes, Hoeffgen retrató campos de Namibia, Botsuana, Zambia, Malaui, Sudáfrica... y su trabajo se presenta ahora en exposición y libro titulado African arenas (editorial Hatje Kantz). Protagonistas, espacio y público captados sin molestar, un modo de retratar el de Hoeffgen que no perturba: "Para mí, esto supuso la oportunidad de trabajar solo, sin 20 personas alrededor como pasa en publicidad, y sin presión". Él solo, absorto, enganchado. ¿Su equipo en África? "Costa de Marfil, y ojalá que algún africano gane el Mundial", dice. Porque es la hora.
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