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Columna
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Rubalcaba

Rubalcaba saca pecho. A pesar de su aspecto de tirillas hubo un tiempo en el que, el hoy ministro del Interior, lograba marcas y títulos atléticos. Es uno de esos tipos con más capacidad pulmonar que la media, lo que le permite aguantar y aguantar como el conejito de Duracell. El suyo es un modelo de supervivencia política por el tiempo transcurrido y las dificultades superadas. Él se tragó impertérrito la última etapa de Felipe González, no precisamente agazapado en un oscuro rincón sino poniéndole la cara a un Gobierno moribundo. Nada de eso impidió su resurgir en la primera línea de mando, al principio como portavoz del Congreso y después como ministro del Interior.

De su habilidad en la Cámara baja da cuenta aquel latiguillo de "ten cuidado con Rubalcaba que te la clava", acuñado desde la oposición, donde se ganó el respeto y en muchos casos el aprecio personal. Hoy como titular de Interior la gestión de este madrileño de Cantabria es de las pocas que nos da satisfacciones de un Gobierno tambaleante. Solo la envidia, el enredo o el sectarismo pueden poner en cuestión su diligencia en la lucha antiterrorista. Diligencia que ha permitido descabezar a ETA una y otra vez hasta devaluar y extenuar a una banda armada que durante décadas constituyó el primer problema de este país.

Es uno de esos tipos con más capacidad pulmonar que la media, como el conejito de Duracell

Además de golpear a los que matan y mandan matar, Rubalcaba ha dinamitado la cantera que suministra carne fresca al terrorismo vasco. Su acción implacable, en complicidad con las autoridades francesas, es la que hoy nos permite, después de 40 años de sangre y horror, vislumbrar su extinción por el único método que ETA merece, el de la aniquilación.

Aunque en España tendamos a juzgar la eficacia de un ministro del Interior por sus resultados en la lucha antiterrorista, lo cierto es que hay competencias como la seguridad ciudadana y la gestión del tráfico que afectan a la gente de manera más cotidiana y directa.

Los últimos datos en materia de seguridad ciudadana apuntan algunas mejoras, pero es verdad que a Rubalcaba le queda mucho por hacer, especialmente, en el acecho a las mafias que, desde hace dos décadas, han convertido a España en el paraíso del crimen organizado. Ojalá pronto buena parte de los efectivos policiales y de inteligencia que hoy combaten el terrorismo puedan ser volcados en la erradicación de esos indeseables.

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En cuanto a lo del tráfico se podrá o no estar de acuerdo con el método escogido para recortar la impresentable cifra de accidentes en carretera, pero su efectividad no admite discusión. Hubo un tiempo no tan lejano en que en este país morían cada año más de 4.000 personas sobre el asfalto; hoy muere la mitad. Ha habido desde luego otros factores que han ayudado a rebajar esa cifra macabra, los coches son más seguros y tenemos mejores carreteras. Sin embargo, ninguno fue tan determinante como las reformas introducidas en la normativa de tráfico para meter el miedo en el cuerpo a los infractores.

Es evidente que las sanciones económicas no suscitaban el temor que provoca la posible retirada del permiso de circulación desde que funciona el carnet por puntos. También es verdad que entre la capacidad coercitiva de la norma y el despliegue masivo de artilugios de vigilancia electrónica las carreteras españoles se han convertido en un gigantesco Gran Hermano. Pero la enorme economía de vidas es un fin incontestable. Un fin que solo persigue de soslayo el reciente retoque de la ley, rebajando a la mitad el coste de la sanción por pronto pago. Esta vez se trata de conjurar la acción de los quitamultas que inundan de recursos la maquinaria burocrática de la DGT.

Vemos, en definitiva, un área importante de Gobierno gestionada con eficacia y rigor en abierto contraste con el área económica, marcada por la falta de diligencia y los comportamientos erráticos. No en vano el ministro del Interior es hoy el mejor tratado por las encuestas. Rubalcaba vuelve a ser un valor en alza en un Gobierno a la baja . Y nunca se le acaban las pilas.

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