"Mi peor pesadilla fue salir a cantar un aria que no era"
Verla caminar por la plaza de Ópera sorteando con gracia las obras subida a unos altísimos tacones da la sensación de que ha salido de un fotograma de una película italiana de mediados de los cincuenta. Sus ojos se comen el objetivo de la cámara y sabe colocarse para salir lo más favorecida posible. A los cinco años se subió por primera vez a un escenario. Es resolutiva, graciosa y atrevida. Su rostro es fiel reflejo de la mezcla de distintas razas de su familia. Nacida en Australia, forma parte del grupo étnico burgher (mezcla de europeo y asiático). Antes de dedicarse a la ópera pasó por la televisión y el cine. Ahora está centrada en la música. Debutó con 19 años en el Metropolitan de Nueva York, teniendo como compañeras de reparto a dos damas de la lírica: Renée Fleming y Cecilia Bartoli. Este verano se editará Diva, en el que se recopilarán las mejores arias de su repertorio y finalizará un documental, a modo de reality, en el que la soprano es seguida durante 24 horas, y que finaliza en el Metropolitan de Nueva York.
La soprano debutó en el Metropolitan de Nueva York con 19 años
Estudia la carta con el mismo interés que si tuviese frente a ella el libreto de L'incoronazione di Poppea, la ópera que interpreta en el Teatro Real. "Pediría de todo, pero el riesgo es que todo va directo a mis caderas". Lo dice mientras juega con el pelo y se lo recoge en una especie de moño despeinado. No puede dejar de ir al gimnasio a diario, lugar en el que pasa de una a tres horas al día. "Estoy obligada a hacerlo porque soy un poco desastre. No sé cocinar, pero siento pasión por la comida". Lo dice mientras se enfrenta con deleite a un plato de jamón. Para compensar pide verduras a la plancha y rodaballo. El pescado llega con patatas y es lo único que abandona en el plato. "Soy una persona afortunada. He tenido la suerte de que las cosas han llegado a mi vida sin ir a buscarlas. Y eso facilita mucho el camino. Siendo muy jovencita, presenté en Estados Unidos un programa infantil dedicado a jóvenes prodigios. No me asustaba enfrentarme a las cámaras, al contrario: era algo que me hacía sentir muy cómoda. Más tarde llegó el cine, y antes de cumplir los 20 ya estaba cantando en una ópera".
No le asusta salir a escena y, si en algún momento le entra miedo, trata de esconderlo. "Hay que aprender a disfrutar de las cosas y no puedes dejar que el pánico te domine porque en una profesión como la mía sería terrorífico". Recuerda entonces su peor pesadilla, el día que, estando en el camerino, no escuchó el timbre de su salida a escena y, cuando se dio cuenta, estaba sonando un aria diferente a la que tenía que interpretar. "He soñado durante mucho tiempo con ese momento. Fue horroroso, pero de todo se aprende".
Ha vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos, aunque ahora, a sus 31 años su casa está en Inglaterra, donde vive su esposo, con quien se ha casado recientemente. "Es difícil vivir separados, pero los dos sabíamos que tenía que ser así. Cuando actúo en Europa nos vemos más, porque él se acerca hasta las ciudades en las que estoy trabajando".
No hay concesiones a los dulces; los postres no forman parte de su alimentación. Se limita a pedir un capuchino. "Es algo que me ha quedado de mi paso por Italia, donde estuve viviendo varios meses para aprender italiano y canto".
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