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Columna
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Sus últimos cartuchos

"Usted ya no está en condiciones de liderar nada. Ya ha demostrado sobradamente su incapacidad. Esta legislatura está ya tan agotada como usted y su Gobierno. Es como la imagen de un boxeador que está grogui y pegando puñetazos al aire". Tal es la andanada con la que el portavoz popular Pío García Escudero obsequiaba el martes pasado al presidente Zapatero en el debate sobre la crisis económica habido en el Senado. Por un momento creímos que se refería a nuestro molt honorable -¡vaya guasa!- por lo muy pertinente que le resultaba tal descripción. Con un matiz: el jefe del Consell no anda dando puñetazos, sino que, ahíto de patriotismo, al menor ataque que sufre se inviste con la senyera y no habría de extrañarnos que, en su paroxismo, acabase uno de estos días ondeando en el balcón de la Generalitat.

Como ya se sabe y de lo dicho se desprende, ambos presidentes coinciden en estar pasándolas canutas, si bien por diferentes causas y en distintas circunstancias. Por lo pronto, sobre el titular de La Moncloa no gravitan media docena o más de delitos, ni está imputado en alguno, como es el caso de Francisco Camps, quien por cierto alega en su descargo ser "objeto de un acoso sin parangón en la historia de la democracia española". Ya se verá en los tribunales. Lo bien probado, en cambio, sin necesidad de sentencias, es que está protagonizando el episodio más ridículo, mortificante y acaso corrupto de esta autonomía. Puede estar seguro de que su tránsito político dejará una huella tan indeleble como sonrojante.

Acaso se deba a la fatalidad del desenlace -decimos de la ineluctable caducidad de su líder-, pero es innegable que el PP valenciano se ha instalado en la crispación que revela su retórica banal, agresiva y a menudo grosera. Faltos de argumentos, abochornados por las evidencias y zurrados dialécticamente por la oposición en las Cortes Valencianas, han echado mano de su santabárbara, colmada por lo visto de masclets verbales. Un día es la alcaldesa de Alicante la que alienta a sus huestes al grito de "a por ellos, que son pocos y cobardes". Qué monada. Otro, el diputado Vicente Ferrer describe a ZP como "timonel borracho", exhibiendo así sus refinadas aptitudes retóricas.

Pero, cual colmo de la osadía, debe citarse a Rita Barberá, la gentil edil del cap i casal, tan proclive a desmadrarse hasta lo grotesco tanto en los júbilos como en los pesares. Y así se entiende que etiquete de "ignorante, inmoral y miserable" a quien considera causa de todo el mal causado a su cofrade y tutelado líder del partido. Son palabras gruesas, desahogos excesivos incluso en el marco de la brega política. Lo que no encaja en esta disputa ni es tolerable en modo alguno es la referencia inoportuna a la esposa del aludido. ¿Qué vela lleva la parienta en este entierro, qué ha dicho o hecho la dama para deducir que está harta de su marido, como columbra doña Rita?

La alcaldesa ha patinado y transgredido una línea roja que proscribe involucrar a la familia y la vida privada en los contenciosos públicos y mediáticos. Gracias a esa norma nunca escrita y raramente conculcada por estos pagos han podido y pueden prosperar no pocas biografías, algunas particularmente vulnerables a la maledicencia tabernaria. Podría dar fe de ello nuestra alcaldesa, que un día ejerció el periodismo, tiene hoy vara de mando, ha vivido lo suyo y tiene el techo de vidrio, como casi todo el mundo.

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