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AL CIERRE
Columna
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'Souvenir' de concierto

El panorama que esbozó el director general del Auditori de Barcelona, Joan Oller, la semana pasada en Tribuna Ateneu es pavoroso: descenso del patrocinio de conciertos en un 20%, acompañado de serios recortes en las subvenciones. Ya se sabe, la cultura es todavía, en opinión de muchos, un bien suntuario del que se puede prescindir cuando aprieta la crisis. ¿Qué deben hacer ante eso los responsables de las instituciones? Pues tratar de aumentar la autofinanciación, que en el caso que nos ocupa alcanza actualmente el 40% del presupuesto, un porcentaje nada desdeñable, habida cuenta de que a cargo de ese presupuesto van los sueldos del centenar de músicos que componen la plantilla de la OBC y de los administrativos que trabajan en la casa de la calle de Lepant.

Oller descartó vender palomitas como en los cines, que ingresan más por ese concepto que por la propia venta de entradas. Se agradece, pues es un consumo ruidoso y apestoso que no conviene a las exigencias de silencio inodoro de una audición de música clásica. Sí planteó, en cambio, la posibilidad de vender el disco compacto del concierto a la salida del mismo, a modo de souvenir. "Si hay un momento en que el espectador está más dispuesto a realizar esa compra es cuando todavía está emocionado por lo que acaba de escuchar en directo", razonó. Este "pirateo legal" topa, sin embargo, con un inconveniente serio: muchos intérpretes no concederían su nihil obstat a la divulgación de su actuación antes de poder escucharla "desde fuera". No habría tiempo material para hacerlo.

Personalmente, estoy a favor de la iniciativa, aunque me aterra, pues sé que me convertiré en un comprador compulsivo. Me chiflan las grabaciones en directo. Llevo años obsesionado por la cara que tiene el señor que tose antes de que Arturo Benedetti Michelangeli ataque el Largo del Concierto en do mayor, número 1, de Beethoven. Él estaba allí, yo no. Si prospera la iniciativa, yo habré estado allí y podré maldecir para siempre, poniéndole cara, al imbécil que no desconectó el móvil cuando Maria João Pires iniciaba en el Palau el Andante de la Sonata en la mayor D.664, de Schubert.

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