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Columna
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Las cartas amarillas de ETA

Son cartas viejas. Acostumbrados a escribir con tinta oculta en el envés de cualquier cosa y utilizando lenguajes crepusculares, la declaración de algunos presos de ETA es tan dificultosa como la del tímido enamorado de un café finisecular. Así andamos en estos tiempos, recibiendo cartas carcelarias, como en aquellas coplas del querer, reviviendo el holocausto particular de las conciencias y anunciando algún amanecer que vaya más allá de los tiempos de tiros y bombas. Alguien se ha parado a pensar, siendo lo que han sido, lo cual siempre es una buena noticia, y ha mandado unas cartas amarillas que no le exculpan de sus pecados, pero que al menos anuncian que hay vida después de la muerte, que la muerte en vida no es eterna, aunque la muerte que causaron no les dé a los muertos la oportunidad que ellos reclaman.

Son cartas viejas. Quizás desde que nació ETA estaba muerta. Nació vieja, con poca vida, aunque quienes se dieron cuenta fueron liquidados sin piedad por decir que tenía ojeras y la canana muy floja. Dirán que duró, pero también duró la mafia o el fascismo o el nazismo o el franquismo. De hecho, duran aún el racismo, el machismo, el religiosismo, los Legionarios de Cristo y el sursum corda. Son cartas viejas que algunos quieren jugar y otros quieren ocultar. Las quieren jugar tipos supuestamente duros como Urrusolo Sistiaga (ver Días contados, de Imanol Uribe) o Carmen Guisasola, y las rechazan esos otros desconocidos provenientes de la kale borroka que, como en aquellos tiempos del macabro cuplé franquista, cuando se quedan sin argumentos (es decir, a los tres minutos de discusión) sacan la pistola.

Pero hay más. La peor película que se ha filmado sobre ETA probablemente sea Lobo, una de las mejores historias cinematográficas posibles sobre el primer topo de ETA. La película es horrorosa, a pesar de Eduardo Noriega y Coronado, floreros de un guión espeluznante para un ¿director? de encargo. Lo único válido del filme es cuando Coronado, en el papel de comisario implacable del franquismo, reduce la intención de Lobo de volver a Francia para acabar con la lucha armada de ETA tras provocar la mayor caída de la banda, apelando: "¿Entonces que haríamos nosotros? ¿Qué sería de nuestro trabajo?"

La premonición no se ha cumplido. Las Fuerzas de Seguridad han seguido haciendo su trabajo, desdiciendo la malísima película, y ETA, entre muertos y más muertos, ha seguido escribiendo sus cartas amarillas, que a veces duermen en los cajones de no se sabe qué comisaría política. La carta de algunos presos de ETA (¡angelitos!) no es baladí, aunque a algunos les haya sentado especialmente mal. Sobre todo a los que avalaron el guión de la película sobre Lobo y dieron el visto bueno a aquello de "¿y qué haríamos entonces nosotros, si estos lo dejan". Esas son otras cartas amarillas.

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