Población, cambio climático y religión
Luc Montagnier, Nobel de Medicina en 2008, decía hace unas semanas en una entrevista en EL PAÍS: "... la Iglesia debería aceptar que el hombre, por sus conocimientos, puede controlar la contracepción". La idea me parece muy positiva, pero quizá también vaga y tímida.
Por suerte, Eugenia Kalnay, en su presentación al recibir el Premio de la Organización Meteorológica Mundial de 2009, fue más clara en su mensaje: la planificación familiar debería ser un método fundamental para reducir las emisiones de CO2, y sin embargo, en Copenhague no se discutió sobre población ni sobre planificación familiar.
Una forma factible y efectiva de tratar el problema de la sobrepoblación y del cambio climático sería permitir que la mujer controle la natalidad. El crecimiento de la población disminuiría naturalmente si las mujeres tuvieran acceso a la educación y a métodos de planificación familiar, y más oportunidades económicas.
El problema es simple. El ritmo al que crece la población mundial actualmente es insostenible, y más pronto o más tarde la población del planeta disminuirá, o bien gracias al sentido común de los humanos y al control voluntario de la natalidad, o bien debido a las muertes causadas por haber menos recursos que bocas: guerras, hambre y enfermedades derivadas de la desnutrición y de la falta de agua potable.
La mejor solución al problema se encuentra con barreras muy serias, en buena parte levantadas por organizaciones poderosas que se empeñan en poner obstáculos a que la mujer controle la natalidad. Por ejemplo, encuentro muy preocupante la actitud de la Iglesia católica, ya que parte de la ayuda al Tercer Mundo se canaliza a través de organizaciones asociadas, lo que da a la Iglesia una capacidad de influencia enorme. Los obstáculos a que la mujer tenga acceso a la educación, mejore su situación económica y controle la natalidad son, por una parte, un ataque a los derechos humanos y a la libertad, y, por otra, una auténtica amenaza para la especie.