Chulapos, mantillas y chupas de cuero en la pradera del patrón
"¡La madre que te parió! Mira como te estás poniendo. ¡Cristóbal!, o te portas bien, o a casa. ¿Me oyes? Pero, hijo, ¿no ves que se te está saliendo todo el ketchup de la caja de patatas?". A Virginia Cuesta, una "madrileña de toda la vida", le están comiendo los demonios de ver cómo su hijo Cristóbal, de siete años, está dejando hecho unos zorros su elegante trajecito de chulapo el día del patrón de la ciudad, en la mismísima pradera de San Isidro.
"Lo del traje para el niño es sagrado en mi casa", reconoce la disgustada madre. Ella ya no vive por la zona, pero se crió allí mismo, en Carabanchel, "al ladito de la pradera", que un año más recibió a miles de ciudadanos el día del patrón de Madrid.
La música de los feriantes ponía a prueba la resistencia de los tímpanos mientras algunos desempolvaban sus habilidades para conseguir un peluche en los puestos. "Bueno, pero casi. Sólo te ha faltado tirar el último bote", decía una compasiva adolescente a su contemporáneo galán, que no consiguió el premio para ella.
Rosquillas y litronas, redecillas y piercings, mantillas y chupas de cuero. Con más o menos respeto a la clásica estética castiza, la pradera acabó a rebosar de madrileños que vinieron a disfrutar el soleado día de fiesta. A Paco y Mercedes, una pareja de septuagenarios, lo de que no lloviese les ha alegrado el día, y ahora reposan el cocido que se repartió a mediodía sentados el césped. "Ahora todo es como muy moderno", opina Paco. A escasos tres metros frente a él, una pareja de chicas se comen a besos tumbadas en el verde. "Pero, oye, que la fiesta de San Isidro es la fiesta de San Isidro, y nos encanta", añade Paco sin bajar la vista. Pasacalles, zarzuelas, tunas, teatro, títeres, orquesta... no faltó de nada. Quizás más baños y papeleras. Y Cristóbal acabó con el traje perdidito. "¡Hala!, para casa de la abuela a por otra camisa", sentenció su madre. "¡Otra no! Yo quiero ponerme la del Atleti". El chaval tenía excusa.
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