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Nuevo Gobierno en Reino Unido
Columna
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El chasquido de la gran tijera

Lluís Bassets

Ya se oye el chasquido de la gran tijera. La mayor poda de todos los tiempos ha empezado en los jardines europeos. Veremos paisajes desolados, árboles escuálidos y sin ramas, y mucha hojarasca y flores secas. Los leñadores han llegado con sus hachas y sus grandes podaderas, y donde no los había han sido los jardineros los que se han visto obligados a cortar, a pesar de sus deseos y promesas de huertos tranquilos y feraces.

La comparación en inevitable. Reino Unido y España son hermanos mellizos en cuanto a déficit: 11,5% del PIB, el primero, y 11,2% la, segunda. Las administraciones públicas británicas se hallan más endeudadas que las españolas: 68,1% del PIB frente a 53,2%. Las cifras del desempleo son mucho peores en España: 20% de la población activa frente al 8%. Pero, además, el Gobierno de Londres cuenta con dos ventajas: su moneda, la libra, que no se halla encorsetada por el euro; y el crédito del gabinete todavía en fase de formación, que se encuentra en lo más alto, ya no en referencia al de Madrid, sino prácticamente a todas las capitales europeas.

A la hora del ajuste, Cameron cuenta con dos ventajas: la libra, fuera del euro, y un Gobierno joven

Si Zapatero ha tenido que sacar la gran tijera a los seis años de su llegada a La Moncloa, en el mayor quiebro político jamás conocido por un gobierno español en democracia, David Cameron llega al número 10 de Downing Street con un amplio programa de poda y recorte que sólo va a atemperar la compañía obligada del liberal Nick Clegg. El contraste entre ambas situaciones políticas ilustra la buena fortuna y mejor cultura política de los británicos, que encaran la peor crisis de los últimos 80 años con el gobierno más joven, fresco y renovado, en personas y en ideas, de toda la Unión Europea. Basta con evocar, además de la España de Zapatero, la Italia de un Berlusconi terminal; la Francia de un Sarkozy en sus horas más bajas; y la Alemania de una coalición averiada y de una canciller, Angela Merkel, que ha perdido la oportunidad de convertirse en la líder que su país y Europa necesitan. Para no hablar de Holanda y Bélgica, sin gobierno y con elecciones anticipadas, así como un buen puñado de países con gobiernos trufados de populistas y xenófobos.

Aunque esos felices recién coaligados son agua y aceite, la crisis aprieta. La política, que obliga a una renovación de hábitos y de sistema electoral, y la económica, que exige incrementos fiscales y difíciles ajustes para limitar el déficit. Cameron cuenta con la ventaja de su conservadurismo pragmático, alejado de ideologías puntillosas, más próximo a Tony Blair que a Margaret Thatcher. Tiene también una identidad política más de vivencia que de libre adopción, fruto de su respiración, de los alimentos que ha tomado y de la educación que ha recibido en casa y en la escuela, en lo más profundo de su clase social, la nobleza rural inglesa. Pero este conservadurismo genético y cultural se halla abierto a los nuevos tiempos y costumbres hasta el punto de que ningún otro dirigente tory ha tenido jamás una actitud tan abierta a los nuevos comportamientos sociales.

Algo similar la ocurre a Clegg, su pareja de hecho política, que ocupará el extraño cargo de vicepremier creado ex profeso. En orígenes apenas difieren, pero sí en biografía y carácter. Aunque ambos son excelentes y convincentes oradores, formados en la misma fábrica elitista de donde salen los dirigentes de Reino Unido, Clegg es el político británico que más se parece a cómo son Europa y sus élites cosmopolitas. Su presencia en el gabinete es, por sí misma, todo un cambio en un sistema bipartidista actualmente exhausto y obsoleto, después de servir eficientemente a la gobernación de Reino Unido durante 200 años. La prueba es que el sistema electoral, históricamente al servicio del bipartidismo y del gobierno fuerte, sólo ha conseguido arrojar unos resultados que dan un Parlamento colgado y obligan al primer y único gobierno de coalición en tiempos de paz de la historia británica. La formación de este gabinete no significa ni garantiza el cambio de sistema electoral, pero en sí misma ya es todo un cambio en formas de hacer, que dejan de ser bipartidistas y se asemejan a los hábitos y mentalidad del continente.

Aunque Cameron es profundamente euroescéptico, su decisión le acerca anímicamente al europeísmo, pues por algo la fórmula con la que gobernará es la de un casamiento con un partido, el liberal, abiertamente orientado hacia Europa. Pero ahora no hay ni puede haber Europa sin tijeretazos, y Cameron y Clegg llegan con las grandes tijeras en las manos. Es toda una ventaja. Si tienen oportunidad de desmentirse será para hacer mejores tareas, no para cortar más todavía. Lo contrario de lo que le sucederá a Zapatero, que terminará su segundo mandato cuando todavía no haya terminado el chasquido de la gran tijera ni llegado la estación del rebrote.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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