El presidente afgano llega a Washington en un clima de tensión y desconfianza

Washington tendió ayer la alfombra roja para recibir al presidente de Afganistán, Hamid Karzai, en una visita de cuatro días, llena de honores y agasajos, que podrá aportar alguna luz sobre si este singular personaje es un amigo de EE UU, un socio de conveniencia o incluso un enemigo. En cualquiera de esos papeles, Karzai llega a esta capital como un interlocutor imprescindible para progresar en el conflicto afgano.
El presidente de Afganistán fue recibido anoche por el enviado especial norteamericano en esa región, el veterano y brillante diplomático Richard Holbrooke. Hoy se reunirá con Hillary Clinton y mañana con Barack Obama, junto a quien participará en una conferencia de prensa. En fin, entra en Washington por la puerta grande, no como el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, al que no se le ofreció ni una fotografía en el Despacho Oval.
Eso no significa que las relaciones de Obama con Karzai sean más cálidas que con el impulsivo Netanyahu. El presidente norteamericano mostró reticencias con Karzai antes de llegar a la Casa Blanca, aumentó sus discrepancias con él después de las polémicas elecciones en las que fue reelegido, el año pasado, y no ha conseguido mitigarlas después. Una visita sorpresa de Obama a Kabul en marzo para exigir más reformas democráticas concluyó sin resultados tangibles.
En los últimos meses Karzai ha dado varios pasos que han contrariado a Occidente y han satisfecho a los enemigos de Estados Unidos. En marzo recibió en Kabul al presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, quien no dudó en criticar sin contemplaciones la presencia norteamericana en Afganistán a pocos metros de distancia de las guarniciones en las que estas se acuartelan.
Días después de esa sorprendente visita, Karzai acusó a los países occidentales y a la ONU de contribuir a la desestabilización de Afganistán, y a la gran organización internacional le atribuyó incluso el intento de fomentar un fraude electoral.
Karzai dio después explicaciones por sus palabras y por su abrazo con Ahmadineyad, pero eso no disipó el clima de desconfianza en el que llega a Washington. Holbrooke desconfía de él. La Casa Blanca desconfía de él. Y en el Congreso, demócratas y republicanos desconfían de él.
Su mérito es el de que no hay nadie para sustituirle ni los norteamericanos tienen tiempo de buscar una alternativa. No hay más remedio que seguir con él. Tendrá que ser Karzai quien busque el acercamiento a los talibanes moderados, que Washington respalda. Y tendrá que ser Karzai el que intente mejorar la imagen popular de su Gobierno, una condición imprescindible para el éxito de la inminente operación militar: la ocupación de Kandahar.
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