La naturaleza impone sus reglas
La reciente erupción del volcán islandés Eyjafjalla que todavía no ha finalizado, el problema del cambio climático, la marea negra que amenaza al golfo de México poniendo en alerta a regiones como Misisipi, Luisiana, Alabama, Florida son tres ejemplos actuales, y hay muchos más, de la influencia que el planeta tiene y va a seguir teniendo sobre la calidad de vida de los que en él vivimos y de los que vivirán en el futuro.
Los economistas ambientales, los climatólogos, los científicos experimentales, los geólogos, los que proponen soluciones geo-ingenieriles al problema del cambio climático (captura y secuestro del carbono o fertilización del océano), en fin, todos los científicos y las personas preocupadas por las causas antropogénicas de los desastres naturales, sienten que sus conclusiones y sus análisis se transmiten con sordina debido al estruendo que la crisis económica, larga y dura, está ocasionando. Y no es de extrañar. Soportar tasas de paro del 20%, como está ocurriendo en la economía española, o experimentar la tensión de los mercados financieros de estos últimos días es algo que inevitablemente se vive de forma más dramática y cercana que el aumento en la temperatura en el clima de la tierra o incluso de las pérdidas económicas que la nube volcánica ha ocasionado al cerrar el espacio aéreo europeo. Pero no todo son olvidos. Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008 acaba de publicar un artículo (www.elpaís.com/articulo/primer/plano/construir/economía/verde) sobre economía y medio ambiente. No es su especialidad lo que hace que el prestigio del autor y su esfuerzo por divulgar una gran parte de los problemas económicos analizados en el caso del cambio climático, constituyan una oportuna llamada de atención. Las interrelaciones entre economía y medio ambiente están ahí y están para quedarse nos guste o no. Y más vale que nos ocupemos de ellas.
El análisis económico ya puede valorar los activos medio ambientales
Krugman concluye su extenso artículo con la siguiente frase: "...el análisis económico está preparado. Sabemos cómo limitar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Tenemos un buen conocimiento de los costes, y son asumibles. Todo lo que necesitamos ahora es la voluntad política". Coincido con él en lo que dice y recomiendo la lectura de su artículo. Lo que pretendo es apuntalar su conclusión aportando otras evidencias que van en la misma dirección aunque no estén relacionadas con el problema concreto que él analiza sino con la previsible tragedia ambiental del Golfo de México.
El presidente Obama ha hecho hincapié en que British Petroleum (BP), la empresa causante de la tremenda mancha de petróleo que amenaza ecosistemas muy valiosos, deberá hacerse responsable de todos los costes generados por su actuación. La afirmación, que demuestra voluntad política, tiene su miga porque el cálculo de los daños que la mancha puede ocasionar presenta dificultades que hace no mucho tiempo aparecían como insalvables. ¿Por qué? Porque no se trata sólo de saber cuánto cuesta detener la emisión del petróleo, que sigue brotando, o cuánto costará evitar que llegue a la costa o, si lo hace, cuánto costará limpiar sus efectos más visibles (recordemos las imágenes de la costa gallega después del Prestige). Es eso y mucho más. Porque si no se logra evitar que la marea alcance los ecosistemas, los efectos negativos que se producirán afectaran también a bienes que los economistas denominamos intangibles, difíciles de valorar. No es lo mismo evaluar el daño de un bien que tiene un precio (si un coche se quema sabemos lo que se ha perdido porque conocemos lo que se pagó por el mismo), que valorar lo que no se intercambia a través de mercados. Acercarse a conocer los daños de los efectos en la biodiversidad, en la resilience de los ecosistemas, de la pérdida de parte de las 400 especies que viven en zonas dañadas por no hablar de irreversibilidades inevitables es mucho más complejo. La experiencia adquirida con la tragedia del Exxon Valdez en 1989, cuando el petrolero con ese nombre golpeó el arrecife de coral situado en el Prince William Sound en Alaska, ha sido muy útil. Ha permitido desarrollar formas de acercarse a conocer el valor monetario de los daños en bienes intangibles y no sólo los costes directos de la limpieza de las playas o de la pérdida de caladeros de pesca por citar alguno. Los métodos a utilizar son sofisticados y su aplicación muy importante. Basta un dato para corroborar la anterior afirmación. En el desastre del Exxon Valdez, si se hubieran incluido como daños sólo los soportados por los residentes que experimentaron efectos directos, (pescadores, sector turismo de la zona), la compañía responsable del vertido hubiera tenido que desembolsar una cantidad en torno a los 4 millones de dólares. La inclusión de los "valores intangibles" hizo que la empresa tuviera que hacer frente a un importe de 4.000 millones de dólates para intentar sanear el entorno dañado. No sólo los bienes o servicios que pasan por el mercado tienen valor; la mayoría de los activos ambientales no lo hacen y es evidente que lo tienen. Afortunadamente, el análisis económico está ahora preparado para acercarse a conocer cuánto valen y, por tanto, para tenerlos en cuenta a la hora de adoptar decisiones importantes.
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