Dos vías
Así empieza la novela Goldfinger (1959), de Ian Fleming: "James Bond, con dos bourbon dobles en el cuerpo, estaba sentado en la terminal de salidas del aeropuerto de Miami, y pensaba en la vida y en la muerte". Es uno de mis principios preferidos de novela y en inglés suena mejor. Lo he recordado pensando en cómo se vive aquí, a propósito de Sean Connery, que una vez fue Bond y ahora se ve enredado en un lío de dinero sucio y propiedades inmobiliarias en Marbella. Compró una casa sobre la playa hacia 1970, y en 1998 la vendía por nueve millones de dólares, operación que ahora no estudian las escuelas de economía, sino la policía especializada en blanqueo de capitales y delincuencia fiscal. Lo contaba Juana Viúdez en estas páginas el viernes.
También fue Connery un policía incorruptible en Los intocables y persiguió los delitos de Al Capone contra el fisco. Connery, en la realidad, parece haber amado los diamantes y las villas. Fleming, el creador de Bond, fue otro maniático de los bienes raíces y el oro. En Jamaica, donde vivía, inventó al malvado Auric Goldfinger, el hombre más rico de Inglaterra, de metro y medio de estatura, acaparador y traficante de oro. No creía en el sistema bancario, como hoy tanta gente. Como Goldfinger, Fleming padeció obsesión por el oro, coleccionaba oro, tenía una máquina de escribir de oro y un bolígrafo Bic con caparazón de oro, y su refugio se llamaba Ojo de Oro. Coleccionista de libros carísimos, fue dueño, por ejemplo, de un ejemplar de la primera edición del Manifiesto Comunista.
Era un caballero, espía fiel, servidor de su país durante años. Ser un caballero significa tener fincas y joyas, así que Sean Connery asumió el papel de caballero. Llegó a la Costa del Sol un poco tarde, en los 70, después del triunfo del agente 007, pero tuvo tiempo de participar en la historia de la región. Algún día alguien escribirá, si es posible, una historia de la propiedad y apropiación del suelo en la costa durante el régimen de Franco, de los años 40 a los 70, y la implicación de las jerarquías políticas, policiales, militares y eclesiásticas. Es una trama que sigue viva en los nombres de muchas calles del litoral, en honor de ministros, gobernadores, oficiales, obispos y comisarios y, supongo, en el Registro de la Propiedad. Y luego algunos de los nuevos políticos de la democracia creyeron que podían prolongar salvajemente los viejos métodos de apropiación de lo público y manipulación ventajista de lo privado, con la misma impunidad y sin el secretismo violento del franquismo. Marbella y su alcalde Gil se convirtieron en modelo. La Costa del Sol acabó desde los años 50 con la autarquía y el aislamiento. Se abrió al dinero extranjero, que volaba de los paraísos fiscales al paraíso solar, político y económico, para ricos del mundo, que era España, donde nadie preguntaba el origen de las fortunas. La historia de Sean Connery transcurre en esa época, entre el franquismo y el gilismo.
Hay dos vías andaluzas a la internacionalización de España. Una fue el cosmopolitismo de veraneo perpetuo de la Costa del Sol. La otra vía de regreso al mundo después de la guerra civil fue la emigración. Ayer me contaba Andrés Soria que en Alemania, hacia 1960, los obreros granadinos le llamaba al Dolmetscher (intérprete) de la fábrica el dos leches, tal como les sonaba y teniendo en cuenta que se movía entre dos lenguas. Quizá se acordaban, digo yo, de la expresión mil leches, nombre con el que he oído llamar en Granada a los perros mestizos. Pero, volviendo a los negocios en la costa, se cita ahora mucho una frase de Michael Douglas en la película Wall Street (1987): Greed is great, juego de palabras muy rítmico, muy musical, que suena bastante peor en español: la codicia es estupenda. Ahora se pone como ejemplo de capitalista malo. Pero eso es el capitalismo, malo o bueno, o la economía, como se quiera, la economía existente: coger dinero, duplicarlo, triplicarlo, multiplicarlo.
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