La herencia endiablada del macromarrón
El Hard Rock provocó el siniestro total del Govern de Aragonès y ahora está enfangando el camino de Salvador Illa
![Terrenos donde debía construirse el Hard Rock Café.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/2BXYNA7VMNB4PMSZKOA44KIRMM.jpg?auth=f74825e1b49b9a0bf57460bbaff398cb2c19d79e46ed1178c48bc33b2e0fed6c&width=414)
Como esos magnates extravagantes de las películas, que dejan herencias cargadas de trampas a sus atónitos familiares, Artur Mas legó a sus sucesores el Hard Rock. Macrocasino y macromarrón para todos los presidentes que han gobernado desde entonces. En especial, para los de partidos rivales. El Hard Rock fue la chispa que provocó el siniestro total del Govern de Pere Aragonès (ERC), y ahora está enfangando el camino de Salvador Illa hasta el punto de poner en riesgo su sosiego, esa piedra angular del ideario del president socialista. Por si fuera poco, el proyecto enerva a Comunes -anti-convergentes de ADN- y a la CUP, los culpables de la defenestración de Artur Mas. Vamos, jugada mestra del ex president a la manera del Cid, o sea, después de muerto (políticamente, digo, claro. Aunque ya han visto, por sus últimos consejos sobre Junts per Cat y su relación con Alianza Catalana, que este muerto está muy vivo).
Ha pasado mucho tiempo desde 2012, y el universo de los casinos suena más antiguo que bailar un fox trot con miriñaque. Pero la trampa Mas está ahí sembrada en una serie de obligaciones contraídas en su momento y puede ser muy caro retroceder. También es cierto que, hasta hace bien poco, todo el socialismo defendía el Hard Rock como fuente de oro para Tarragona, y ERC ha nadado entre dos aguas durante tiempo. Y ahí, está, en medio del torbellino, Salvador Illa, incómodo porque sus socios le fuerzan a cargarse el proyecto definitivamente mientras él, menos convencido de la obsolescencia, tantea con cautela el control de daños. Esa incomodidad ante el macromarrón explica patinazos como que el Govern ocultara a dos grupos parlamentarios el posible coste de la indemnización por no hacer el casino -como publicó este periódico-, o la reacción tensa del president, este miércoles, ante Laia Estrada (CUP), que le acusaba de querer convertir Catalunya en “la taberna de Europa”: “tenga respeto -decía Illa, con el flequillo en tensión- por opiniones diferentes y mire qué eco tienen las suyas, tanto en el Camp de Tarragona con el apoyo que ha obtenido como en el conjunto de Catalunya; tal vez eso la haga reflexionar.” Insinuaba así que los contrarios al casino son minoría. Pero el propio Govern ha aceptado poner obstáculos fiscales al proyecto. Unos obstáculos, por cierto, que no han desencadenado tampoco una protesta popular en forma de “Lo joc és vida” ni nada parecido en Tarragona. La provincia está acostumbrada a tener que acoger infraestructuras de poco lucimiento, como petroquímicas o nucleares, y los viejos aún recordamos el follón del Plan de Residuos del Pla de Santa María.
Parece que los vientos no soplan a favor de las salas de juego elefantiásicas, para desplumar incautos ya sirven las criptomonedas o los cursos online de autoafirmación y burpees. Pero el Hard Rock sigue dando guerra. Este mismo miércoles, el Govern anunciaba un nuevo estudio de impacto ambiental, uno más. Pelota p’alante para no afrontar la decisión definitiva sobre la herencia endiablada.
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