Contagio global
Wall Street castiga la gestión de la crisis griega desde Europa y desconfía de la solidez del euro
El pánico se apoderó ayer de Wall Street. El Dow Jones se desplomó en minutos hasta un 9,12% (aunque cerró perdiendo en torno al 3,2%) como reacción a la creciente inquietud que está provocando la gestión de la crisis griega. El diagnóstico del pánico, que está llevando a un contagio global de todos los mercados financieros (todas las Bolsas europeas cayeron ayer, con especial mención para el Ibex 35, que se desplomó casi un 3%), es la convicción de los inversores de todo el mundo de que los programas de ayuda pactados por la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI) no son la solución definitiva para Grecia. Wall Street considera que el euro está en grave peligro y que las dificultades de la economía europea van a contaminar el resto de los mercados. Detrás de esa desconfianza cabe separar dos razones de peso para los inversores. Por una parte, la torpe gestión de la crisis, evidente en las discrepancias entre Francia y Alemania sobre el ritmo y condiciones para aportar las ayudas financieras al Gobierno de Papandreu; por otra, la certeza de que 110.000 millones de euros no bastan para asegurar que Grecia podrá hacer frente a su deuda.
A falta de una dirección integrada de la economía europea, es evidente que las dificultades para gestionar la crisis griega nacen de la falta de entendimiento entre Nicolas Sarkozy y Angela Merkel para acordar una intervención económica rápida en auxilio del Gobierno griego. Esta debilidad se agrava con la falta de iniciativa de las autoridades económicas europeas. Los mercados y la opinión pública tuvieron ayer un ejemplo perfecto de esa torpeza en la intervención del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet. Ayer, al término del Consejo de Gobierno del BCE en Lisboa, que dejó el precio del dinero en el 1%, Trichet negó el riesgo de suspensión de pagos de Grecia y señaló con insistencia que Portugal y España no son Grecia. Se esperaba algo más que precarias evidencias. Trichet dejó escapar la ocasión de transmitir a la opinión pública y a los mercados que la autoridad monetaria está dispuesta a adoptar medidas excepcionales. Por ejemplo, adquiriendo, si necesario fuera, deuda soberana de los países. Trichet se quedó ayer corto; casi tan corto como se están quedando los inversores en euros y en activos españoles.
A estas alturas de la crisis griega, los inversores esperan medidas más drásticas que un plan de ajuste del gasto que el país difícilmente podrá cumplir debido a las dificultades de crecimiento de los próximos tres años. Hoy, la solución para Grecia es, además de las ayudas pactadas, la renegociación de la deuda, y esa renegociación no será creíble sin una quita importante en el principal. Frente a los retrasos políticos y componendas para salvar la cara, Wall Street y las Bolsas europeas perciben, con dolorosa claridad, los riesgos que tiene el crash griego para el euro y para el sistema financiero mundial. Por lo pronto, Moody's insinuó ayer graves consecuencias para los bancos de Portugal, España, Reino Unido, Irlanda e Italia.
En el caso de España, las amenazas son más complejas de lo que muestran los discursos oficiales. España no es Grecia, y así lo reconoció ayer el FMI a través de su portavoz, Caroline Atkinson. Pero a continuación instó al Gobierno a aplicar con rapidez las medidas de ajuste fiscal. Es decir, España puede ser Grecia si en lugar de aplicar con rigor el plan de austeridad (Francia ha anunciado una congelación del gasto público hasta 2013) se dedica, como hasta ahora, a suponer que, por el mero hecho de enunciarlo, el recorte fiscal ya está encarrilado. La situación económica tiene soluciones, el diagnóstico está hecho y se saben las recetas; pero faltan capacidad de gestión a corto plazo, sentido del tiempo y destreza política.
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