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Columna
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Niños

David Trueba

En la gran mayoría de casos de abusos sexuales sobre niños se repiten dos circunstancias. La primera es que el abusador no tiene conciencia del daño que hace sino que el amor, o esa cosa que ellos consideran amor, le ciega. La segunda es que abusa de su posición dominante sobre el niño, casi siempre amparado en la superioridad jerárquica o en la pertenencia a un grupo escolar, religioso, social, deportivo. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, resultó ser no ya una oveja descarriada, sino el pastor descarriador. Además, utilizó armas del siglo XX para allanarse el camino hasta el papa Wojtyla y ganarse su confianza y desarmar las defensas de la organización frente al fraude moral.

Era un hombre que ejemplifica en su conducta muchas de las características del siglo pasado. Su sordidez interior era disfrazada de mesianismo exterior, de virtuosismo. Y, luego, su capacidad de anguila habilidosa para moverse en el soborno y el arribismo le hizo concebir una religiosidad de nuevo cuño, donde el esfuerzo consiste en abrir la casa de los pobres para que se ceben en ella los ricos, en infiltrarse en los centros de poder y dinero para ponerlos a su servicio y no al de Dios, que anda siempre tan despreocupado.

La cascada de casos de abusos en el seno de los boy scouts que investigan los jueces de Oregón también lleva tiempo desconcertando al personal. En su día, hasta el director Steven Spielberg renunció por ello a su carné de socio perpetuo de la organización en lo que para él debió de ser un momento tan traumático como para mi generación la disolución del dúo Enrique y Ana.

Escapar del siglo XX consistirá también en evitar que los niños sean exprimidos, forzados, utilizados. A veces uno se enfrenta a programas de televisión que someten a los niños a ejercicios de consagración, con todos esos pequeños disfrazados de adultos cantando canciones pasados de ensayos, jugando a ser estrellas del pop o la copla, y siente una melancólica indignación, porque se quiebra el juego anónimo, callejero y sin manipulación que sería el único deseable para los niños. Te dan ganas de decir, no los quieras tanto, o al menos, no los quieras así.

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