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Columna
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Un sistema perverso

Tras mi última columna criticando la xenófoba ley de inmigración de Arizona, recibí una avalancha de comentarios de lectores estadounidenses. La mayoría criticaba furiosamente mi postura, pero algunos hicieron señalamientos interesantes.

No desperdiciaré el tiempo respondiendo a comentarios que reflejan prejuicios raciales. Responderé a algunas críticas comunes planteadas por lectores aparentemente inteligentes y bien intencionados, cuyos argumentos no pueden ser desestimados como parte de la derecha lunática.

Denise, quien se define como "una anglosajona blanca que ha vivido en Miami toda la vida" y que no sabe "cuánto tiempo más" podrá seguir viviendo en la ciudad, afirma: "Yo ya pasé a formar parte de una minoría que es discriminada, y con frecuencia siento que vivo en un país extranjero, a causa de la enorme población de hispanos que insisten en hablar español".

El Gobierno de EE UU no ofrece posibilidad de visados a los 'sin papeles' que ya tienen trabajo

"Las preguntas que quiero formularle son: ¿Por qué es tan terrible que los estadounidenses simplemente pidan a los inmigrantes que quieren vivir en EE UU que lo hagan legalmente? ¿Y por qué deberíamos recompensar a los que transgredieron la ley y vinieron ilegalmente?", plantea.

Bien, Denise, permítame responder. Existen cuatro razones principales por las que no concuerdo con la premisa que está detrás de sus preguntas. Primero, no habría nada malo en exigir que los inmigrantes entren legalmente a EE UU, pero el problema es que no les está permitido. Entran ilegalmente porque no pueden entrar legalmente. Las leyes inmigratorias datan de hace más de 20 años, cuando la demanda estadounidense de trabajadores no cualificados y altamente cualificados era mucho más pequeña que la actual.

El mercado laboral estadounidense demanda hasta 500.000 trabajadores no cualificados por año, mientras que el actual sistema inmigratorio sólo autoriza 5.000 visados permanentes para esa categoría, según el Foro Nacional de Inmigración, una organización pro reforma inmigratoria en Washington.

"No hay una verdadera puerta de entrada legal para los trabajadores no cualificados", señala Maurice Belanger, director de información pública del Foro. "Si usted es mexicano y quiere obtener un visado legal para trabajar como camarero en EE UU, le demoraría más que su esperanza de vida".

Es algo más fácil inmigrar legalmente si uno tiene un familiar cercano que es ciudadano estadounidense, pero no demasiado.

Según el Departamento de Estado, hay un retraso de 20 años en varias categorías de solicitud de visados familiares. El Gobierno está procesando solicitudes de 1992 de mexicanos que son hijos adultos de ciudadanos estadounidenses, y solicitudes de 1987 de filipinos que son hermanos y hermanas de ciudadanos estadounidenses.

"Mucha gente piensa que tenemos buenas leyes, y malas personas que las quebrantan", dice Frank Sharry, director de America's Voice, otro grupo pro reforma inmigratoria. "En realidad, tenemos malas leyes y en general buenas personas que no tienen posibilidades de entrar legalmente".

En segundo lugar, deportar a 10 millones de residentes indocumentados no sólo sería increíblemente costoso, sino también impracticable, a menos que queramos convertir a EE UU en un Estado policial. Por razones de seguridad nacional, y para evitar que los indocumentados se abstengan de denunciar crímenes, o de rescatar a un accidentado en la calle, sería mucho mejor saber quiénes son, dónde viven y pedirles cumplir una serie de requisitos -incluyendo el aprendizaje del inglés y el pago de impuestos- para regularizar su estatus.

En tercer lugar, no me gusta usar la palabra "ilegales" como sustantivo, porque es una palabra tendenciosa cuyo propósito es deshumanizar a gente que en su gran mayoría son seres humanos buenos y trabajadores. Quebraron las leyes. Pero también lo hacen ciudadanos estadounidenses que cruzan una luz roja, causando un peligro potencial mayor, y eso no debería convertirlos en seres humanos "ilegales".

En cuarto lugar, no creo que deba alarmarse demasiado por el hecho de que muchos inmigrantes hispanos no hablen inglés. Es posible que no lo hablen, pero sus hijos lo harán. Y si sus hijos terminan siendo bilingües, mejor: en una economía global cada vez más competitiva, EE UU necesita urgentemente más gente bilingüe.

En conclusión, Denise, tenemos un sistema inmigratorio disfuncional. Los empleadores estadounidenses están contratando a extranjeros indocumentados para las tareas que los estadounidenses no quieren cumplir, mientras el Gobierno no ofrece a esos inmigrantes ninguna posibilidad realista de obtener visados, y algunos Estados -como Arizona- los quieren convertir en criminales. Tal vez ambos estemos de acuerdo en que ese es un sistema perverso que necesita ser reformado cuanto antes.

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