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Elecciones en Reino Unido
Columna
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¡Es la televisión, estúpido!

Francisco G. Basterra

¿Estamos sólo a sólo seis días de un reajuste fundamental del sistema político británico o el ascenso del tercer hombre, Nick Clegg, es únicamente un destello fugaz producto de los debates en la televisión y de una nueva forma, más estadounidense y presidencialista, de vender a los políticos? Es una pregunta pertinente ante las elecciones en Reino Unido del jueves, que ya han derrotado al pronóstico inicial de anodinas para convertirse en revulsivas de un sistema tradicional de política de club, de bipartidismo cuasi perfecto, alternancia entre los dos grandes partidos tradicionales y castigo a los minoritarios por una ley electoral de mayoría blindada.

En juego está algo más que saber a quién llamará la reina Isabel II al Palacio de Buckingham para formar Gobierno. ¿Al líder del partido más votado, que podría ser el conservador David Cameron, al que consiga más escaños aunque los logre con menos apoyo popular, el laborista Gordon Brown, o, lo más improbable, al jefe de los liberaldemócratas, Nick Clegg, por su capacidad de garantizar un Gobierno?

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Ni conservadores ni laboristas parecen convencer al electorado, que no los considera merecedores de gobernar en solitario, lo que podría dar paso a una coalición. El desgaste de los partidos tradicionales muy afectados por la corrupción política, la pérdida brusca del bienestar económico por la crisis, la sacudida de la vieja Inglaterra producida por la inmigración, la asunción de que el país ya no dispone de los medios para mantener la presunción de gran potencia, abonan la necesidad de un ajuste a la realidad. No somos Grecia, pero nos puede ir bien como a Holanda, también antiguo imperio y nación comercial y exportadora, escribe Martin Wolf en el diario Financial Times.

La fulgurante aparición del líder liberal, convertido en sólo un mes de Nick Qué en superestrella política, ha hecho posible pensar en una reforma electoral como resultado de las elecciones. Parece impensable dejar sin representación justa a casi el 30% del electorado. Ni conservadores ni laboristas podrían gobernar sin admitirla, en mayor o menor medida. Este nuevo horizonte sería impensable sin la frescura y el desparpajo político mostrado por la nueva estrella. Clegg lo ha entendido: ¡es la televisión, estúpido! Ha sabido aprovechar la denostada caja tonta, un medio tradicional. Los nuevos media, Internet y las redes sociales que tan potentes fueron en la elección de Barack Obama, se han rendido a los clásicos en la campaña británica.

Telegénico, cultivando una imagen de insurgente, le ha robado la cartera del cambio a Cameron, resaltando la pertenencia al pasado de Brown. Ha vendido con éxito su figura de antiestablishment, algo que no es, logrando respetabilidad en su audaz asalto al viejo statu quo. Por primera vez unas elecciones británicas se convierten en una prueba de personalidad: la televisión vende bien al mensajero, no al mensaje. En algunos aspectos, podríamos ver en Clegg al Obama británico. El líder liberaldemócrata conecta mejor que sus adversarios con un Reino Unido más joven, menos chovinista, más europeo, más cosmopolita, pero todavía no mayoritario. Su madre es holandesa, y su padre medio ruso; su mujer es la abogada española Miriam González Durante y sus tres hijos se llaman Antonio, Alberto y Miguel. Anatema para la Inglaterra de toda la vida y suficiente para que la prensa conservadora clame que "Clegg tiene sólo un cuarterón de inglés". Su europeísmo le hace sospechoso: fue europarlamentario y le gustaría que el país adoptara el euro, no exactamente una buena baza electoral estos días. Cameron, si llega al poder, reforzaría el euroescepticismo británico. El 40% de los candidatos conservadores a la Cámara de los Comunes son partidarios de una renegociación fundamental de la presencia del país en Europa o incluso una retirada de la UE.

El tercer y último debate ante las cámaras, en la noche del jueves, confirmó la incertidumbre y no despejó las dudas sobre el asunto esencial: la cura de caballo en forma de recorte del gasto público y subida de impuestos que el nuevo Gobierno deberá poner en práctica. Su tamaño y la velocidad con la que debe ejecutarse.

David Cameron recuperó terreno, Gordon Brown perdió probablemente su última baza, y Clegg mostró que no puede ganar pero confirmó que tendrá mucho que decir sobre el nombre del nuevo inquilino del 10 de Downing Street. El iconoclasta alcalde de Londres, el conservador Boris Johnson, piensa que "la Cleggmanía es el mayor ejercicio de sinrazón mediática desde la muerte de la princesa Diana". Saldremos de dudas en la madrugada del próximo viernes. fgbasterra@gmail.com

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