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Reportaje:EL JEFE DE TODO ESTO | Florencio Delgado, empresario

Un lamento por la Gran Vía

El presidente de comerciantes de la calle añora los negocios tradicionales

Pablo de Llano Neira

"Esa hamburguesería". Florencio Delgado prefiere no mentar su nombre. La cita así, en genérico, cuando pone un ejemplo de la metamorfosis que ha cambiado el comercio de la Gran Vía: "En la esquina con la calle Montera, en ese edificio precioso de cristaleras, estaba Aleixandre, una tienda de complementos. Pero la traspasaron. Y ahora, está... esa hamburguesería".

Las grandes franquicias de moda y comida rápida, como el McDonald's al que alude, resultan especialmente irritantes para Delgado por una razón. Este salmantino de 68 años es presidente de la Asociación de Empresarios de la Gran Vía, que en los últimos 20 años, a medida que las multinacionales se iban zampando bajos comerciales para montar sus negocios, pasó de tener unos 130 socios a 65. En el grupo que resiste hay compañías medianas (tiendas y hoteles, sobre todo) con algún nombre notable, como la administración de lotería de Doña Manolita.

Delgado dirigió SEPU, los primeros grandes almacenes que tuvo la capital
El directivo se resigna a que las grandes marcas dominen las aceras
Los años ochenta fueron malos, con vendedores callejeros y trileros
Para el futuro, no espera mucho más que la conservación de los edificios

Muchas empresas tradicionales se esfumaron. La asociación perdió presencia. Y la avenida cambió de carácter. O lo perdió, según el juicio severo de Delgado: "Hoy la Gran Vía es una calle vulgar. ¿Quién necesita venir aquí a hacer compras si hay lo mismo que en cualquier centro comercial del extrarradio? Tiendas de ropa de franquicia, bocadillerías, jamonerías. Se ha ido el comercio plural y sólo tenemos monotemas", lamenta Florencio Delgado en la barra del hotel Senator.

El jefe de la asociación de empresarios, antiguo director de los grandes almacenes SEPU (desde 1983 hasta su cierre, en 2002), es un nostálgico de la era dorada de la Gran Vía, de las décadas de los cincuenta y los sesenta, cuando el comercio era fino y los personajes que la frecuentaban dejaban huella. "Las mejores tiendas de Madrid estaban aquí, insólitamente originales, y aquellos cartelones majestuosos de los cines... La época de Ava Gardner, Sinatra, Hemingway, Dos Passos. Esa sí que era la Gran Vía", sentencia. Hoy pervive poco de aquel mundo comercial, como explica Delgado: "Grassy y Aldao son de las pocas tiendas que quedan. Abastecían a la élite de la ciudad".

El empresario analiza los males de la calle centenaria en el bar del hotel Senator. Detrás de la barra hay una huella del pasado de la Gran Vía. Siguiendo el pasillo de la cocina se llega a una puerta interior que da a una sala de teatro con adornillos dorados y sillas tapizadas. Es el antiguo cine Pompeya, una de las muchas pantallas que han desaparecido de la avenida centenaria (parte de ellas han dejado paso a escenarios) mientras desembarcaban las firmas globales.

Según la teoría de Delgado, la pérdida de cines ha sido una de las claves para que la Gran Vía se vaya quedando sin la clase de comercio que la animaba antaño. "Cuando empezó a decaer el cine, la Gran Vía se fue con él", afirma. "El cine traía a mucha gente, y eso arrastraba a otros negocios, como las cafeterías: California, Manila, que han cerrado hace años; Nebraska, que desapareció un par de meses atrás".

El conocimiento que tiene Florencio Delgado del pasado de la avenida no es directo, sino de sus estudios sobre la historia documentada de la arteria madrileña. En realidad no vivió esa gran época que rememora constantemente; llegó a Madrid mucho después, en los ochenta, para dirigir SEPU, en un momento con menos oropeles y más personajes en las aceras que en las pantallas de cine. "Era un tiempo muy malo. Los vendedores callejeros andaban por todos los lados; el top manta no es nada comparado con los zocos que se montaban entonces. También estaban los trileros con sus ganchos, que ponían un ojo en la policía y otro en los guiris a los que iban a timarles cuatro perras", relata Delgado.

Hoy ve la Gran Vía "más limpia y segura" que antes, pero con poco futuro. "Ahora estoy disfrutando del centenario. Lo que me preocupa es lo que vendrá después, cuando todo esto se acabe y la calle quede otra vez en el olvido, como en los últimos 30 años". La fuerza menguante de su asociación tampoco le da motivo para el optimismo. "Estas iniciativas sólo funcionan con el tirón de la gente que lo lleva, dejando muchas horas y arrimando dinero para hacer cosas. Y no hay mucha gente dispuesta a ello. Sinceramente, no lo veo muy bien", reconoce el presidente.

Al salir del bar, Florencio Delgado mira a derecha e izquierda, a un lado la plaza de España, al otro Callao, y piensa en lo que será la Gran Vía dentro de unas décadas. "En 100 años iremos en coches volantes, quizás ya no se coman callos... Pero estos edificios sublimes nunca desaparecerán".

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