Crisis y 'art déco'
La Historia de la Casa es muy interesante pero, sin perder su atractivo, también de lo más lento y pesado. Muchos interioristas y psicólogos sociales se empeñan en creer que "los muebles de una determinada casa" lo dicen todo respecto a sus habitantes pero, de nuevo, la afirmación parece tan atractiva como pesada.
En primer lugar, muchas casas de clase media participan hoy de los mismos objetos e incluso la misma tapicería que ofrece Ikea y, en segundo lugar, los territorios domésticos se encuentran habitados -y cada vez más- por una serie heterogénea de ocupantes que cuentan con amigos extraños, aficiones raras y modos o confort ininteligibles.
Integrar todas estas variables en un solo diagnóstico tiene tanto de creación como de arbitrariedad. O ambas cosas: porque el hogar desde siempre ha sido el complejo resultado de una creación colectiva, y el hogar reciente una circunstancia tan cambiante o abigarrada, como no se conoció antes en la serena historia del hábito familiar.
Era un modelo caro y escandaloso en manos de los finísimos decoradores franceses
En el verano de 1925 se celebró en el centro de París, sobre unas hectáreas que cubrían desde los Inválidos hasta el Grand Palais, cruzando el Sena, una exposición de 200 pabellones dedicados al interior doméstico. Se llamó Exposition International des Arts Décoratifs et Industries Modernes y estuvo abierta seis meses. Participaron 17 países europeos (Alemania no fue invitada por razones obvias) y fue tanto la primera como la única muestra de este rango dedicada al interior doméstico. La operación política consistía en hacer ver que París no era sólo la capital de la alta costura sino superior a Viena y cualquiera de sus réplicas. Es decir, la cima moderna de la decoración interior, el art déco, presente en los primeros locos años veinte y prolongado en los delirantes años de la II Guerra Mundial.
Ningún escenario de la vida doméstica exhibió de manera tan firme, asertiva y radiante. Era un modelo caro y escandaloso en manos de los finísimos decoradores franceses (los ensembliers) al modo de Emile Ruhlmann: salón principal en azul y púrpura, inmenso candelabro cilíndrico con cuentas de vidrio sobre la chimenea de mármol color de la flor del melocotón, gran cuadro de Jean Dupas en cuyo esquema de pájaros multicolores destacaba el gris, el negro y el azul saltando hacia un brote de verde vivo en el centro de la sala.
La mayoría de los burgueses abrazaron el art déco pero fue también Decó el vestuario de las izas y colipoterras de los garitos, de la vajilla y la cristalería, las lamparas y las cortinas de los cafés.
El Art Nouveau, aunque más creativo, había sido tan triste (Arts ans Crafts, Jugendstil, Liberty) como de vida breve (1892 a 1900). Pero el art déco, vicioso, desafiante, inspirado en los concupiscentes ballets rusos de Diaghilev (por cierto que su primera bailarina se casó con Keynes), en la música de Korsakov y estilo Nijinsky fue la base de esta explosión jubilosa que pronto tuvo en la Gran Depresión de los años treinta y los bombardeos consecuentes el remate de su cabecera.
Como subrayarían hoy los psicólogos sociales, primero llega el vestuario y después el mobiliario. Ahora está anunciándose un desmayado descuido en el vestir, una amargura desollada, y pronto vendrá -está llegando- un revés doméstico donde la casa será por dentro una creciente leonera con cachorros repartidos por habitaciones pequeñas -no en lofts- comiendo a mordiscos -ya no en mesas- y salvándose, poco a poco, en medio de la penumbra, entre lentejuelas que se salvan en un baile que, se llame como se quiera, será la primera sinfonía de un Nuevo Mundo... ¿ruso?, ¿oriental otra vez?
Babelia
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