Fantasmas del FMI

Las últimas previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre España no son buenas, más allá de lecturas interesadas. Se confirma un largo periodo de estancamiento, con bastantes desequilibrios económicos. Dada la capacidad de contagio de la crisis griega, nuestros gobernantes han de estar muy inquietos ante la posibilidad de que sus efectos -una carestía tal de su financiación exterior que contrarreste los sacrificios de los planes de ajuste- se extiendan al resto de los países PIGS (Portugal, Italia y España).
En otros lugares también se han dado voces de alarma. Al líder conservador británico, David Cameron, no le importó ser acusado de tremendismo al decir que los mercados temen que el FMI tenga que acudir al rescate de la economía del Reino Unido si de los comicios del 6 de mayo no surge un Gobierno fuerte que combata el déficit público y el paro creciente.
España se enfrenta a una digestión difícil de la crisis que combine la lucha contra el paro con la reducción del déficit
España tiene un antecedente cercano de este tipo de problemas. Cuando el PSOE ganó las elecciones generales de 1982, la coyuntura se caracterizaba por un PIB estancado, una fuerte inflación (14%), un gran desempleo, un fuerte déficit público (aunque la mitad que el actual en términos porcentuales) y una hemorragia de divisas que huían de nuestro país. Entonces, Felipe González -que gozaba de un potente liderazgo y una mayoría electoral amplísima, con 202 diputados- hizo aquellas declaraciones tan citadas: no consentiré que España vaya a la quiebra ni que tenga que intervenir el FMI para evitarla. De ahí que alguna prensa internacional calificase al nuevo Gabinete de "jóvenes nacionalistas" más que de socialistas.
Los socialistas tiraron al cesto de la basura el programa keynesiano con el que habían ganado las elecciones (siguiendo el modelo que François Mitterrand había aplicado unos meses antes) y aplicaron un fuerte plan de ajuste, que al fin y al cabo es un mecanismo administrativo, situado al margen del mercado, para restituir los mecanismos macroeconómicos básicos.
La gran diferencia entre antes y ahora consiste en que en 1982 no existía el euro y España tenía soberanía monetaria y cambiaria, y la primera medida para recuperar competitividad fue devaluar la peseta frente al dólar un 7,6% (de 117,59 a 127,24 pesetas). Esa devaluación se quedó corta y en los siguientes meses la peseta se depreció casi un 19% de su valor medio en 1983 respecto al de 1982. España se empobrecía casi un 20%.
Al tiempo que el FMI publicaba sus previsiones, avisaba de que Europa se enfrenta a una digestión pesada de la poscrisis, con márgenes muy cortos en las políticas fiscales y monetarias y con un sector financiero que sigue expuesto a los productos tóxicos ocultos. Los problemas de España son aún mayores (excepto porque dispone de un stock de deuda pública muy inferior a la media), pero sus medidas de austeridad deben combinarse con otro desequilibrio que le diferencia negativamente: la explosión del paro. Difícil.
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