El rugido de las profundidades
Estamos en plena y agitada estación sísmica. Rugen las profundidades del entero planeta. Los terremotos de Haití, Chile y China, la erupción del Eyjafjalla y muchos otros fenómenos tectónicos de menor envergadura nos revelan que el globo azul se halla en efervescencia. Es tiempo, pues, para la geopolítica, el estudio de la vida de los países que proporciona mayor voz y protagonismo a la geografía, que es el que más se acerca al análisis tectónico. Como es bien sabido, hay quien quiere explicarlo todo por la economía, las ideas, las culturas o los caracteres nacionales. Quienes se dedican a la geopolítica, como es el caso de George Friedman, director de la compañía de consulting norteamericana Stratfor, lo explican por las características geográficas de los países. Su nivel de acierto puede ser muy discutible, pero siempre hay que tener en cuenta este tipo de opiniones que convierten a los territorios en los protagonistas de la historia casi de la misma manera que la historia romántica lo hacía con los reyes.
Las ideas de Friedman son todo lo contrario del pensamiento convencional. Está persuadido de que la guerra entre el islamismo radical y Estados Unidos está ya en su fase terminal y que los neocons conseguirán los objetivos de supremacía absoluta que se propusieron, pero nada menos que en 2030. La geopolítica tiene una ventaja: sus protagonistas son inmutables, de manera que basta con extrapolar lo que ha sucedido para saber lo que sucederá, al menos en el corto plazo. Tiene también un inconveniente, en el largo, y es que se convierte en ciencia-ficción. Es lo que le ocurre a Friedman, con su ensayo Los próximos cien años (Destino), en el que considera que China jamás supera a Estados Unidos hasta convertirse en la primera superpotencia, piensa que Rusia protagonizará una segunda guerra fría que también perderá y detecta como potencias determinantes a mitad de siglo a Polonia, Turquía y Japón, estas dos últimas condenadas a coaligarse, incluso militarmente, contra Washington.
La geopolítica, como las cordilleras y los volcanes, es sorda a declaraciones y discursos. Incluso a ideologías y colores políticos. No digamos ya a las pasiones. Atiende a la fatalidad del tamaño, la demografía y la situación geográfica, más que a las percepciones e ideas que pasan por nuestras cabezas. Europa ha dejado de existir en el mundo de Friedman, donde ninguna de sus potencias tradicionales jugará papel alguno. Cree que EE UU dominará el siglo XXI entero; que será muy difícil la formación de coaliciones adversas; y que finalmente será una nueva potencia norteamericana, nada menos que México, la que desafiará el poder del imperio americano. Y lo hará además -eso el geopolítico no lo dice- en español. Quizás se equivoque cuando quiere profetizar el futuro, pero nos dice mucho en todo caso sobre el presente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.