Turquía y la UE
En su artículo del pasado 12 de abril, Sami Naïr recurre a trampas dialécticas fáciles de detectar. Por ejemplo, equiparar el futuro al presente. La idea de que Turquía lo tiene difícil por causa de Merkel presupone que la canciller podría seguir en su puesto en el año 2015, al igual que el presidente francés.
Lo mismo se puede decir sobre la asimilación de la candidatura turca al destino de la crisis griega: si Turquía accede a la UE será dentro de unos siete años; si para entonces no se ha solucionado ese problema, muy mal pintará el futuro para todos.
Pero lo que suena más sospechoso es la identificación final entre Marruecos y Turquía como candidatos eternamente rechazados. Marruecos sí, desde luego; pero desde 2005 Turquía es candidata formal, y tiene estatus de país europeo. Por ello, viene recibiendo fondos de Bruselas para cumplir con las exigencias de un miembro regular.
Es cierto que la crisis griega ha puesto en un brete la construcción europea. Pero en ese camino hemos tenido muchas otras, comenzando con el veto francés al ingreso de Reino Unido, en 1963. Y está claro que el paso atrás no es la solución.
Pensar ahora en una Europa de dos velocidades sería el comienzo del fin para todo el proyecto.
Cambiar de caballo en mitad de la carrera suele ser fatal. En tal sentido, si al final Turquía se queda fuera, ello será un golpe muy serio para el prestigio de la UE. Máxime en un mundo de potencias emergentes, ante las cuales Europa daría una peligrosa imagen de incapacidad.
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