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Columna
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Cumbres borrascosas

¿Son Gaza y Cisjordania "territorios ocupados" o "territorios bajo ocupación"? Horas y horas de reuniones entre 47 delegaciones, idas y venidas, borradores y más borradores, todo para que la declaración sobre el agua que la presidencia española confiaba en que los miembros de la Unión por el Mediterráneo pudieran firmar quedara precisamente en eso, en agua de borrajas.

Otra vez, la política mediterránea de la UE, que España ha liderado siempre con tanto esfuerzo, vuelve a someterse a los dictados del intratable conflicto árabe-israelí, dejando en el aire toda una serie de materias cruciales para el progreso de la región. Como señalaba con ironía Nick Witney en un artículo en Europe's World, "Europa no está mal, pena que los vecinos no siempre acompañen".

Suprimir ahora la Secretaría de Estado para la UE es un grave error

Imponer algo de sentido común, convencer a los socios de la necesidad de resolver los problemas prácticos y mirar al futuro no parece fácil. Para cualquier diplomacia, el Mediterráneo, aunque necesario, es un mal negocio, pues hay que invertir mucho a cambio de poco. Ése parece ser el sino de la presidencia española de la UE.

Van ya 100 días de presidencia española de la UE y las piernas comienzan a pesar. Es a mitad de carrera cuando los corredores de fondo necesitan concentrarse en lo que queda por delante. Pero lo que queda por delante no es necesariamente lo más fácil, ni el éxito está asegurado. La cumbre de junio con los países de la Unión por el Mediterráneo pende del fino hilo del conflicto árabe-israelí.

Los proyectos sobre el agua, el medio ambiente, la seguridad marítima o la protección civil, por más tiempo y esfuerzo que se inviertan en ellos, acaban siempre oscurecidos por la dinámica propia de una región plagada de conflictos, donde las instituciones democráticas brillan por su ausencia y los gobiernos, más que hablar en nombre de la gente, dedican gran parte de su tiempo a hacerla callar. El éxito de las cumbres se acaba juzgando por quién asiste y quién excusa su asistencia, cosa que no depende de la Presidencia. Difícil envidiar a los que llevan el negociado.

Algo parecido sucede con la otra gran cumbre de la presidencia española, la que se celebrará con América Latina en mayo. Una vez más, la agenda y los resultados estarán sometidos a los vaivenes del temperamento de algunos, que querrán convertir la cumbre en un concurso de egos. Si tienen el día populista o necesitan reforzarse políticamente en casa, algunos darán el espectáculo, lo que distraerá la atención de los medios de los contenidos reales, o cancelarán su asistencia, lo que deslucirá la cumbre. De nuevo, un juego en el que España parte en desventaja. Teniendo en cuenta que la cumbre con EE UU se frustró por la decisión de Obama de no asistir, es evidente que la presidencia española está sometida a un estrés considerable, pues sus éxitos dependen de las decisiones de otros, no de las propias.

España ha tenido el dudoso honor de encabezar la presidencia de transición entre el viejo modelo de presidencia y el nuevo. Con Van Rompuy en la presidencia del Consejo coordinando a los jefes de Estado y primeros ministros, y Lady Ashton como alta representante para la política exterior, las dos grandes líneas de fuerza en las que se apoyaba una presidencia se han difuminado, dejando en manos de la Administración española la coordinación de una actividad diaria tan enorme como poco visible. Después de tres presidencias y casi 25 años en la UE, es algo que se nos da bien: de hecho, casi todos los estudios han destacado la pareja formada por la Secretaría de Estado para la UE y la Representación Permanente de España en Bruselas como la responsable del éxito de nuestra política europea.

Se trata de entes únicos, donde funcionarios de todos los cuerpos de la Administración trabajan coordinadamente, dejando de lado las rivalidades. Sorprende por ello que en mitad de la Presidencia se plantee, a costa de la reducción de altos cargos, la fusión o supresión de esta Secretaría con otras del Ministerio de Exteriores. El Gobierno del Partido Popular cometió ese error entre 1996 y 2000, y tuvo que rectificar. Ahora, cuando muchos países se plantean que la coordinación de la política europea tenga rango de vicepresidencia, sea un ministerio en sí mismo o esté directamente bajo el primer ministro o presidente del gobierno, aquí volvemos a plantearnos un recorte que será mucho más costoso que cualquier beneficio que se pueda obtener. Hacia fuera, además, el mensaje no podría ser peor. ¿Plegando y cerrando el tenderete europeo?

jitorreblanca@ecfr.eu

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