La falacia de los derechos de autor
Dice el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: "Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten". En la práctica, sólo pueden gozar de las artes quienes pueden costeárselo. No pagar por ello, se nos dice, es atentar contra los derechos de autor. Obviamente, el creador de algo único e irrepetible tiene que ser recompensado. Ahora bien, en ciencia la autoría es fundamental y nadie tiene que pagar cada vez que se exponen las ecuaciones de Einstein. Como lo demuestran los artículos y cartas aparecidos últimamente en este diario, los derechos de autor son otra cosa.
Si quiero seguir disfrutando de mi colección de casetes, vídeos y libros mal encuadernados (adquiridos de forma legal), tarde o temprano me veré abocado a comprarlos en un nuevo formato. ¿Quedaré eximido de pagar derechos de autor? El canon digital dejó claro que lo que pagamos bajo el concepto de "derechos de autor" es el derecho de copia y reproducción de una obra que, desde ese mismo momento, ya no puede ser considerada única ni irrepetible.
La SGAE no reconoce entre sus miembros a ningún artista real. A lo sumo se considera formada por quienes son capaces de imprimir su sello personal a un producto tan repetible como todo lo sometido a los estándares industriales. Es a discográficas, productoras y editoriales, es decir, a la industria cultural y no a los creadores, a quienes defienden los supuestos "derechos de autor".
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