Belleza
Pues lo cierto es que yo pensaba dedicar hoy la columna a la tropa de mangantes gürtelinos. Y no es que tenga nada nuevo ni brillante que añadir a lo muchísimo que todo el mundo ha dicho, pero estoy tan patidifusa con lo que se está sabiendo sobre ese submundo de apandadores engominados que, como la mayoría de los españoles, no puedo apartar los ojos ni la mente de ese pozo abisal de porquerías. Es como un Gran Hermano, pero a lo bestia. Tan a lo bestia, en fin, que cabría preguntarse por el daño que la cosa ha podido hacer en la riqueza de la nación. Y no ya por la obviedad del dinero que se han llevado todos a mansalva, sino por el hundimiento de los negocios tras el descubrimiento de la trama. Esos sastres, esos restaurantes de lujo, esos joyeros, esos vendedores de relojes de oro, esos concesionarios de coches de postín, ¿no habrán notado un agujero enorme tras la caída de los gürtelinos? Nuestra falta de reactivación económica de los últimos meses, ¿no estará propiciada por este pequeño revés que ha sufrido la corrupción en nuestro país, corrupción que, por lo que se ve, es la base esencial de la economía española? Total, que pretendía escribir estas y otras tonterías sobre el asunto cuando, de pronto, fui al Circo Price de Madrid y vi PSY, un espectáculo de un grupo canadiense, Les 7 Doigts de la Main, y volví a quedarme patidifusa, pero por su hermosura. Los nueve chicos y chicas de PSY, todos muy jóvenes, son unos actores, bailarines y artistas de circo extraordinarios que, con la sola herramienta de sus cuerpos y una coreografía hipnotizante, alcanzan la magia más pura y poderosa, un momento de gracia inolvidable. Y pensé aliviada que, si Gürtel es el epítome de la fealdad, de una zafia miseria interior que les asoma a los ojos, por fortuna en la vida también existe esto otro, existen Les 7 Doigts de la Main y tantas otras personas capaces de vivir para crear belleza.
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