Sobre corrupción y fraude
A menudo me he preguntado, y más estos días en los que los supuestos de corrupción acaparan las portadas de los medios, cómo es posible que ciertos políticos sean capaces de embarrarse en este tipo de actuaciones. Antes o después sus secretos acaban saliendo a la luz, bien porque la probabilidad de que alguien denuncie es alta, bien porque los signos externos, si la corrupción se utiliza para el enriquecimiento propio y no sólo para financiar partidos, revelen que algo extraño está pasando. Las preguntas se agolpan. ¿Cómo es posible que personas corruptas se consideren tan seguras como para robar a manos llenas en sistemas democráticos? Quizá consideren que la probabilidad de ser descubiertas es tan baja que pueden correr ese riesgo o quizá estimen que el precio que han de pagar, si condenados, es pequeño.
La corrupción política puede producir aumentos en la evasión fiscal
No lo sé. Lo que es evidente es que la corrupción está presente, que ataca al sector público, a los partidos políticos, al sector privado, a las personas individuales y que parece que no somos capaces de atajarla con contundencia. Además, el corrupto normalmente también defrauda. Los políticos capaces de cometer tropelías, utilizando instrumentos que tienen a su alcance gracias a la confianza que los ciudadanos depositan en su persona o en su partido, normalmente delinquen en su propio beneficio. Así que aunque las reflexiones sobre ambos fenómenos contengan elementos que deban ir por separado, coexisten con otras que les son comunes.
En los modelos sobre fraude fiscal se mantienen muchas hipótesis y se barajan muchas variables a las que no pretendo hacer justicia. Sólo mencionaré algunas. Por ejemplo, parece existir una relación entre la cantidad que se debe a la autoridad fiscal y el comportamiento fraudulento, sobre todo cuando el contribuyente se enfrenta a una deuda fiscal que puede poner en peligro la actividad de la que obtiene los ingresos para su mantenimiento. También es importante fijarse en situaciones en las que la tasa de penalización esperada es inferior al tipo impositivo normal porque esto anima al fraude. En dos palabras, la evasión florece cuando los incentivos económicos consiguen que los contribuyentes sientan una mayor tentación de evadir o tienen una percepción de riesgo mínima.
Lo anterior constituye sólo una parte de lo que los estudios sobre fraude han ido mostrando. La economía sumergida y la cantidad de evasión no pueden ser explicadas ateniendo sólo a parámetros como las penalizaciones o los tipos impositivos, aunque sí que sabemos que la probabilidad de detección y la multa por la evasión son, en términos de política contra el fraude, elementos sustitutivos.
La evidencia también sugiere que la cantidad de evasión y el comportamiento de la economía sumergida varían entre países y que el fenómeno del fraude, como otros muchos más, tiene que abordarse de forma multidisciplinar, porque además de un fenómeno individual constituye un fenómeno social. No es lo mismo que una persona que comete fraude viva en un contexto en que sus vecinos o colegas evaden que en otro en el cual la evasión y el fraude sean un fenómeno minoritario. Cuando el fraude es suficientemente general la probabilidad asignada por un posible evasor al hecho de ser detectado disminuye, lo que le induce a defraudar más a menudo y en mayor cuantía.
Existe, por otro lado, la denominada "conciencia social", algo que atañe también a la corrupción. Un defraudador o un corrupto pueden sentirse mal o considerar que su comportamiento no es condenable. Y esto depende de si perciben que otros también defraudan o cometen acciones condenables. Si este es el caso, su sensación de culpabilidad disminuye drásticamente. La moral impositiva, esa motivación intrínseca que empuja a que los individuos paguen impuestos y cumplan las normas, puede diferir dependiendo del país considerado. Recuerdo haber leído que la moral fiscal de EEUU era muy superior a la moral existente en España.
En el caso concreto del fraude, el comportamiento de la autoridad fiscal también parece ser relevante. Un buen gobierno y la puesta en práctica de procedimientos de actuación justos generan un mayor cumplimiento fiscal; en otras palabras, ciudadanos que tienen una gran confianza en sus gobernantes demuestran una mayor disposición a cumplir con sus obligaciones fiscales. En igualdad de condiciones, la corrupción política, por tanto, puede producir aumentos en la evasión fiscal.
¿Podemos construir algo con estos mimbres tan sencillos? Sí, lo que siempre hemos intuido. Que el castigo es necesario, pero no suficiente, que la educación, los valores, el comportamiento social deben estar asentados sobre bases sólidas y que, además, los incentivos a defraudar, la diferencia entre lo que gana y lo que puede perder el defraudador si es detectado tienen que funcionar en la dirección correcta. No sólo la probabilidad de detección tiene que ser alta, sino que el castigo ha de ser suficientemente severo; tan severo que quizá los ciudadanos no estén dispuestos a aceptarlo como norma general.
De ahí que sea preciso, además, que los contribuyentes no sólo sepamos con certeza que si la hacen la pagan, sino que la violación de las reglas está mal vista por todos, por los que componemos la sociedad civil y, sobre todo y por encima de todo, por los que tienen autoridad para establecer las normas que configuran los límites de nuestra convivencia. La corrupción corrompe, como las termitas, el necesario entramado económico-social tan difícil de construir.
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