¿Rambla o bulevar?
El peligro de la demagogia es la poca racionalidad, y es demagogia exigir o aceptar una consulta de opciones múltiples sobre la reforma de la Diagonal. El modelo de ciudad es competencia del gobierno municipal. Y retocar una vía tan principal es un serio compromiso no sólo con el modelo -estética y función- sino también con cuestiones técnicas, entre ellas la movilidad, que no son ninguna tontería. La Diagonal ha quedado obsoleta, es cierto, por exceso de tráfico, un tráfico que la inclusión del tranvía no solucionará. El tranvía, tan elegante, tan europeo, es redundante con el bus, pero los coches de la Diagonal son básicamente de entrada y salida de la ciudad. Y de alguna manera habrá que solucionar los giros hacia el Eixample.
Sin embargo, el problema más serio de la reforma es de identidad. La Diagonal no tiene la dirección de una rambla -las ramblas van de bajada y no es poca cosa vulnerar la etimología de la palabra- ni tampoco es un paseo, porque a su alrededor hay pocos domicilios, y muy característicos, y demasiados despachos. En cambio, es una vía tremendamente comercial, y el comercio nos da (como reclaman los comerciantes) un bulevar. La gente que camina por la Diagonal mira escaparates. Sin embargo, el resto de la ciudad se está enamorando de la "opción rambla", que no parece pertinente: aunque la imagen de la Diagonal es patrimonio ciudadano, el uso de la calle es de aquellos que la usan de forma continuada.
En tercer lugar hay un tema crucial: la caligrafía. El Ayuntamiento tiende a la línea clara. Por ejemplo, la avenida de Roma: incluso inaugurada parece todavía un dibujo plano, tan estricta y austera es la factura. La Diagonal es una avenida histórica y modernista. No es lo mismo un mueble clásico que un mueble de formica, y el Ayuntamiento tiende a eliminar empaque y texturas, y por eso la opción de rambla se carga el arbolado sin más. Pero una Diagonal de árboles raquíticos, rambla y diseño pelado sería una cicatriz imperdonable y la confesión de defender un modelo de ciudad que no tiene en cuenta que las ciudades son también historia, memoria y una cierta sensibilidad compartida.
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