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Columna
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La mala digestión

No hay mayor combustible para alimentar la siempre incandescente caldera de la curiosidad humana que una buena prohibición. Este dúo de jóvenes promesas de la política valenciana, Clemente y Blasco, deberían haberlo tenido presente cuando anunciaron la demanda contra Luna para evitar que se conozca públicamente el contenido del informe que revela la corrupción que rodeó la visita del Papa a Valencia. Y es que obviar algo tan intrínseco a la naturaleza humana, la curiosidad digo, está resultando fatal para los estrategas del PP de esta Comunidad. La curiosidad llevó a decenas de mandatarias de medio planeta a preguntar a los periodistas acreditados quién era ese "Camps" al que tanto añoraba Rita Barberà, con lo que una buena parte de las mujeres más influyentes del mundo saben ya de sus bigotudas amistades, las medidas de su pernera y su correoso periplo judicial.

La impunidad política, y hasta hoy judicial, es el bálsamo que todo lo cura en esta comunidad

A los anales de la estulticia política pasará también ese ataque de iracundo fanatismo que consistió en prohibir la exhibición de unas fotos tomadas en lugares y actos públicos, es decir, en lugares donde miles o centenares de miles de personas fueron convocadas para que sus protagonistas fueran vistos o, mejor aún, que congelan instantes que fueron retransmitidos por televisiones que ellos mismos convocaron y controlan. Las fotos que censuraron, no estaban expuestas en las puertas del Mestalla un domingo de Valencia-Barça, ni los fotoperiodistas responsables de la exposición tenían previsto repartir estampitas con las instantáneas seleccionadas entre la muchedumbre congregada en la mascletà fallera de la plaza del Ayuntamiento. Los muy osados pensaban exponerla, oh, en un museo. Hoy, gracias a Camps, para millones de españoles Muvim [el Museo Valenciano de la Ilustración] es ya algo más que una canción de Macaco.

Decididos a no enmendarla, hace unos días Alfonso Rus, se recreó en la estupidez cometida confiado en el bálsamo que todo lo cura en esta comunidad: la impunidad política, y hasta hoy también judicial, de la que creen disfrutar esta banda a la que para acceder, por lo visto, sólo es necesario acreditar una absoluta falta de vergüenza.

El comportamiento del PP se basa y se explica con una sola idea: todo pasa. No importa la gravedad del escándalo. Pase lo que pase, puede que salga publicado en uno de los pocos medios que escapan al control de su entramado mafioso, puede incluso que la noticia se mantenga más de un día, una semana tal vez pero después: Impunidad. En su opinión, no hay nada que el estómago ético de la sociedad valenciana no pueda digerir mientras continúe intacto el efecto del carísimo Almax que por lo visto pagaron con el dinero obtenido a través de la trama Gürtel. Poco importa hoy ya el tamaño del escándalo. Sanz y sus repulsivos métodos directivos, Jaraba y su vergonzosa insumisión fiscal, Cotino y sus intereses de familia en El Cabanyal, nada les saca de su mantra anestésico: "Zapatero malo". Ni una demanda a ni uno solo de los periodistas que han relatado tan repugnantes fechorías. Ni una réplica a las acusaciones recibidas desde la tribuna de las Cortes por más de un diputado y diputada de más de un grupo parlamentario. Nada les inmuta, porque nada les importa. El sistema es solo una coartada con la que encubrir el delito, y la responsabilidad un concepto que desconocen. Esta es toda su estrategia.

Hoy, tras la anulación de parte de las escuchas a la trama, se les ve con la receta del caso Naseiro en la mano esperando que todo pase, que acabe ya de una vez esta dolorosa indigestión que sólo la libertad de expresión les ha provocado. Los estómagos de sus estrategas añoran el pasado reciente, aquél en el que bastaba llamar a Costa y mandarlo con su Infinity a la farmacia a comprar más, mucho más Gürtel. Y es que nada embota tanto un cerebro como una mala digestión.

Clara Tirado es diputada autonómica del PSPV.

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