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Columna
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El mayor éxito de la oposición

Enric Company

A ocho meses de la cita con las urnas la alianza de la izquierda es percibida por sus integrantes como un obstáculo para la reafirmación electoral de cada uno ellos. Con intensidad desigual se han lanzado a marcar el espacio propio, como si temieran que los años de coalición hubieran difuminado sus respectivas identidades. Uno de los aliados, ERC, se ha declarado abierto a otras fórmulas de gobierno y se ofrece ya para completar otras coaliciones, incluidas aquellas que, si llegara el caso, estarían encabezadas por CiU. El PSC, por su parte, está reeditando el discurso que le mantuvo 23 años en la oposición, el de considerarse alternativa de gobierno en solitario. A ICV le ha quedado el nada airoso papel de la chica que va al baile aunque ya sabe que nadie la quiere como pareja.

enric Miembros del Gobierno tripartito han interiorizado el discurso de la oposición sobre la coalición de izquierda

Todos los protagonistas saben que, a la hora de la verdad, lo que cuenta es la aritmética parlamentaria. Pero, entretanto, el deseo de marcar espacio propio les hace entrar en contradicción, entre ellos y con la política mantenida hasta ahora, de modo que lo que en realidad ofrecen a la ciudadanía es el espectáculo de una notable desorientación y una reveladora ausencia de confianza en ellos mismos. Llegado el momento de presentar el resultado de su acción conjunta de gobierno, que a fin de cuentas es el objetivo y la justificación misma de la coalición, no se les ocurre otra cosa que renegar de esta. Sucede, sin embargo, que no es posible negar el instrumento sin renegar también del producto que con él se ha fabricado. El cum laude en esta tarea se lo llevó el consejero Ernest Maragall cuando calificó la coalición nada menos que de artefacto inestable.

No se quedó muy atrás el presidente de ERC, Joan Puigcercós, cuando se declaró dispuesto a repetir alianza con uno de los socios en la próxima legislatura, el PSC, pero no con el otro, Iniciativa Verds, al que acusó de ser reo de una mala gestión y una intransigencia que habrían echado a perder la labor de todo el Gobierno.

Este razonamiento es también un alarde de finura política. Veamos. Resulta que hay un Gobierno con 15 departamentos, de los que 13 se reparten entre los dos socios mayores, incluidos los de la Presidencia y la Vicepresidencia; 13 de 15. Los dos socios mayores han tenido en sus manos la gestión de las obras públicas, la sanidad, la enseñanza, la política social, industrial, comercial, cultural, agraria, universitaria, la elaboración del Presupuesto, la dirección de la función pública, la proyección exterior, la comunicación... Ya es mala suerte tener tantas responsabilidades y tanto presupuesto en manos de dos partidos, y que sea el tercero, el que tiene muchísimas menos, el que lo estropee todo.

¿Mala suerte? Cabe también otra interpretación. Si quienes han gestionado el 86% de los departamentos no han podido reequilibrar con sus éxitos el supuesto fracaso del 14% restante, podría deberse también a que aquellos éxitos no fueran tales. Sería muy raro que los propios integrantes del tripartito argumentaran así, pero los que, desde luego, sí lo hacen son CiU y el PP. Y lo que, en realidad, ha hecho el presidente de ERC es aceptar, asumir, dar la razón a los portavoces y los publicistas de la oposición, de la misma forma que el consejero de Educación se la daba cuando calificó al tripartito de artefacto.

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La consecuencia que se extrae de este desnortado comportamiento está bastante clara: al término de la legislatura los adversarios del tripartito que lo descalificaron desde el primer día han ganado la batalla de la configuración de la imagen pública del Gobierno de Montilla. Sus argumentos, su relato, han sido interiorizados incluso por figuras tan relevantes del propio tripartito como el consejero socialista Maragall y el presidente de ERC. Eso es lo que hay. El otro relato sobre la gestión de la izquierda, el que el presidente Montilla ha pretendido construir a base de fets, no paraules, ha sido literalmente barrido, expulsado del debate. ¿Podía soñar la oposición, hace tres años, un éxito mayor que este?

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